domingo, 29 de enero de 2012

Boxeadores



Tras más de un mes de silencio, la primera entrada de 2012 se la va a llevar esa suerte de espectáculo primitivo que es el boxeo, y cómo no su relación con otro tipo de luchadores cuyo ring son los escenarios, las salas de cine o los tinteros. El boxeo es un deporte que pone en juego aspectos tan temperamentales de la personalidad del hombre que puede ser considerado algo más que un simple deporte. El hecho de combatir en igualdad de condiciones contra un semejante, sin más artificio que las doce cuerdas que rodean a los contrincantes, tal y como se podría haber hecho hace diez mil años, le da al boxeo un aire de transcendencia que lo convierte en un arte. El rival en el boxeo es uno mismo. Todo el odio que pueda haber contra el contrincante que te disputa el cinturón de campeón del mundo se queda fuera del cuadrilátero, sobre la tarima no hay nada personal: el rival representa la superación de los propios temores. A Hemingway le gustaba boxear porque, al igual que la caza o el toreo, es una disciplina que te permite mirar a la muerte cara a cara, y si eres fuerte burlarte de ella y alcanzar, aunque sea por un instante, la felicidad. Por eso el boxeo no es como otros deportes individuales, y no se puede comparar con los colectivos. Quizás solo con el rugby, noble deporte con el que comparte la idea de sacar lo mejor de uno mismo para ganar una batalla contra la propia personalidad. En esencia, el boxeo es una imagen de la eterna lucha del hombre por sobreponerse a las dificultades.
Ali derrotando a Foreman en Kinshasa, el combate más legendario.
Es una pena que en nuestro país el boxeo esté tan marginado, y que todo lo que nos llegue de él sean las películas de Hollywood. Y eso que aunque nunca hemos sido una potencia en este deporte no han faltado grandes figuras que han conseguido el título de los mejores del mundo en distintas categorías, como Cecilio Lastra, el también famoso por otras cosas Pedro Carrasco o el gran lince de Parla, Javier Castillejo ("Siete veces campeón del mundo y ninguna portada del Marca", en sabias palabras de Quique González).
El mundo del cine sí que ha sabido rendir tributo al boxeo, con grandes títulos como Million Dollar Baby,  Cinderella Man, Huracán Carter, Ali o una de las películas favoritas del que escribe y de las mejores de Scorsese, Toro Salvaje, que narra el ascenso al Olimpo y posterior condena al infierno de Jake LaMotta, el Toro del Bronx. Sobre la vida de este legendario boxeador (cuya interpretación en el cine le valió un Oscar a Robert de Niro) hay un fantástico artículo en Jot Down, que podéis leer aquí. Por lo visto, a sus 90 años LaMotta sigue comiendo todos los días en un restaurante italiano del East Side de Manhattan, donde cuenta sus batallitas a curiosos de toda condición, soltándoles frases como "De vez en cuando lloro sin ningún motivo, solo recordando cómo ha sido mi vida. Mucha gente no lo entenderá y otros se alegrarán. Yo les digo: quién pudiera reír como llora Jake LaMotta". Después de haber sido un héroe reconocido por todos y de haber sido despreciado por aquellos que le coronaron, solo un grande puede permitirse frases así. Jake LaMotta lo es.
Cambiando de tercio, en el mundo de la música también hay múltiples muestras de afición al boxeo. Una de las mejores canciones de Bob Dylan, Hurricane, está dedicada al mítico Rubin "Huracán" Carter, aspirante al campeonato de los pesos medios que fue injustamente acusado de un triple asesinato y encarcelado tal y como narra la canción. 
Y no hace falta irse tan lejos para encontrar canciones de boxeo. En España dos grandes músicos reflejan en sus canciones su afición: Enrique Bunbury y, cómo no, Quique González. Desde la portada del Flamingos se puede intuir el gusto de Bunbury por los rings, que queda patente en El club de los imposibles, canción en que se incluye de fondo la narración de un combate, o en otro tema como El boxeador, del disco Las Consecuencias. Quique González es un grandísimo aficionado, seguidor de Daniel "la Cobra" Rasilla, como se ve en el documental Las Gafas de Mike. Son unas cuantas las canciones de Quique dedicadas a boxeadores, de hecho en un principio La Noche Americana se planteó como un disco conceptual sobre el mítico "Kid Chocolate", a quien Quique ha convertido en su álter ego. El Campeón y la propia Kid Chocolate son buenos ejemplos del idilio de Quique con los asaltos, con esas imágenes tan americanas de combates, hoteles y ciudades frías presentes en tantas canciones suyas.
Esta ha sido mi pequeña aportación al boxeo, ese arte menospreciado que por los valores que ensalza debería contar con algo más de atención en nuestro país. A la gente desde luego le gustan las canciones y las películas de boxeadores, así que ¿por qué no iba a cuajar?

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El campeón tira a dar
pero no le queda más chance.
Y en el segundo round
ya sabía que caería redondo.
Cuando se fue la luz, campeones del mundo
de sueños rotos...