sábado, 14 de julio de 2012

Cada vez que llega el verano


Cada vez que llega el verano, en el sentido más burocrático del término, es decir, cuando termina el último examen o se activa el email automático “I’m out of office, please contact…”, uno vuelve irremediablemente a la infancia, a la nostalgia, a la melancolía de los veranos largos de hace años. Al menos a mí me pasa. Por unos momentos se olvidan totalmente las ataduras al mundo real y se tiene una dimensión eterna del verano, que no es otra cosa que volver a la más cándida niñez. Dura solo unos instantes, hasta que te das cuenta de que en tres semanas estarás de nuevo en la oficina, o que antes del viernes tienes que matricularte de las asignaturas suspensas.
A mí el verano me recuerda al Principito, a viajes en avioneta alrededor del mundo, a la posibilidad de coger tu taburete y desplazarte a otra parte de tu pequeño planeta para ver tantas puestas de sol como desees, me recuerda al zorro que, en esa escena que hace poco recordaba Fernando Navarro en su genial blog La Ruta Norteamericana, le dice al joven príncipe que los ritos son importantes: “Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto; ¡comenzaré a descubrir el precio de la felicidad!”.
Y es que, en definitiva, la llegada del verano es un rito despojado de toda solemnidad. Conforme se va acercando el momento de decir “hasta más ver” al curro o al estudio la sangre se acelera en las venas y el corazón palpita a ritmo trepidante. Los planes que durante el año se han ido posponiendo hasta estas fechas van tomando cuerpo, aunque uno sabe perfectamente que es imposible tachar todos de su lista: este verano voy escribir en el blog cada día, voy a leerme 30 libros, entre ellos el Ulises y el Quijote, voy a ver tres series nuevas y dos que ya he visto, voy a beberme doce gin tonics en cada bar de Madrid y alrededores, voy a saberme de memoria las discografías de Wilco, Steve Earle y Lucinda Williams, voy a ver en el cine todas las películas que no vi durante el año, voy a... Pero parte de la felicidad de esos objetivos está en fijarlos, en desear que llegue el verano para tener la oportunidad de llevarlos a cabo. Igual que de pequeño uno deseaba ser mayor para acostarse tarde, conducir, tomarse sus copas y, en sus ensoñaciones, el chaval era feliz, la llegada del verano es ese regreso al pasado, a no tener que mirar el reloj, a la felicidad de no tener horizonte.
_______________________________________
De pequeño me enseñaron a querer ser mayor
De mayor quiero aprender a ser pequeño
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
Quizás no me lo tengas tan en cuenta

No hay comentarios:

Publicar un comentario