sábado, 14 de diciembre de 2013

14 de diciembre


Lo que sé de la muerte, que es de lo poco que sé de la vida, lo aprendí el 14 de diciembre de hace ocho años. Hay personas que tienen gran facilidad para recordar fechas señaladas. Yo no soy de esas personas, pero sí recuerdo esta porque significó para mí y para otros muchos nuestro primer enfrentamiento serio con la realidad, con la vida tal y como es. Ese día murió nuestro amigo Javier.  No recuerdo qué día de la semana era, solo sé que había colegio. Todo ese año, antes de empezar las clases de las 9 teníamos Educación Física en el patio, y esa mañana aparecieron todos los profesores mientras todavía estábamos haciendo gimnasia, lo cual no dejaba de ser inusual. Le dijeron algo al profesor que estaba a nuestro cargo y entraron en el colegio. Ahí ya nos temíamos lo que luego nos confirmaron en clase, su enfermedad había podido con él esa noche.
A los trece años, un niño es lo suficientemente pequeño para no tener que haberse preocupado por nada nunca, pero lo suficientemente mayor para empezar a darse cuenta de cómo funcionan los mecanismos de la vida. Para muchos de nosotros, la muerte de nuestro amigo, con quien habíamos compartido toda nuestra infancia, nuestras primeras patadas al balón, nuestras primeras broncas en común, nuestras incipientes aficiones, supuso la primera vez que nos preguntamos por el sentido de nuestra existencia, con la inocencia con que se pregunta las cosas un niño pero con la gravedad con la que lo hace un filósofo. La respuesta sigue flotando en el viento, Javier el día 13 estaba pero el 14 ya no. Normalmente, este momento de colisión con la crudeza del mundo sobreviene a cada persona de manera individual. No fue nuestro caso. El impacto afectó de manera colectiva a mis amigos de entonces, que son mis amigos de ahora. De manera consciente o inconsciente, este hecho ha configurado con los años el carácter de mi grupo de amigos. Todos hemos crecido y hemos ido construyendo nuestras propias vidas, pero tenemos en común el haber superado juntos el primer obstáculo emocional al que tuvimos que enfrentarnos. Todos crecimos demasiado ese día, pero nos sirvió para darnos cuenta de que estamos en este mundo muy poco rato, por lo que tenemos que aprovecharlo y no dejar de buscar ser felices.  Además, aunque ahora tenemos todos 21 años y por mucho que pase o vaya a pasar el tiempo, a Javier solo podremos recordarlo como lo que fue toda su vida porque nadie lo conoció de otra manera: un chico feliz, inocente y sonriente, lleno de vida y de alegría. Es agradable proyectarnos en esos recuerdos, como también lo es saber que, igual que estábamos acompañados entonces, lo seguimos estando ahora.


Edu.


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There are places I remember
all my life, though some have changed
Some forever not for better
Some have gone and some remain

All these places had their moments
with lovers and friends I still can recall
Some are dead and some are living
In my life I've loved them all

jueves, 28 de noviembre de 2013

Playmakers


Hace tiempo que no hablamos de deportes por aquí, y eso que el madridismo irracional del autor se está viendo últimamente satisfecho con resultados positivos por parte de las dos secciones del club de Chamartín. En fútbol parece que la mejor plantilla del mundo está empezando a demostrar por qué vale mil millones, a fuerza de los pases de correo postal de Xabi Alonso y los goles de caza mayor de Cristiano. Mientras tanto, el equipo de baloncesto ha cosechado el inicio de temporada perfecto con 13 victorias en 13 partidos, y con un nivel de juego que un early ninties como yo no ha conocido nunca en suelo europeo. El equipo por fin se ha quitado sus complejos en la zona fichando a dos pívots talentosos e intimidadores con pinta de guerrilleros, como son Bourosis y Mejri, y con un Mirotic pre-NBA demostrando que va a ser el mejor jugador de este lado de la mar océana. Los altos nos dan una nueva seriedad defensiva, también Slaughter y Felipe, que sigue teniendo su imán para el rebote. Este Madrid se construye en la defensa, pero es al correr hacia la canasta contraria cuando el rival esconde a los niños. De la barba de Sergio Rodríguez nace el juego, el más perfecto que se pueda imaginar. Con el Chacho en pista hasta yo, que este año me he abonado al Palacio, me creo capaz de encestarla. A su lado cabalgan Rudy, que pasa más tiempo en suspensión que en el mundo de los mortales, el ultraortodoxo Tremmell Darden y el mormón Jaycee Carroll, a quien preguntan los de las enciclopedias antes de explicar cómo se tira un triple.


El caso es que yo hoy no venía a hablar del Madrid, sino de dos jugadores, uno de fútbol y otro de baloncesto, a los que este blog patrocinaría si tuviera dinero, pero que por culpa de las rodillas nos han dejado huérfanos de su magia unos meses, y a sus equipos sin el creador de juego e inventor de ataques que los iluminaban. Esteban Granero es uno de ellos. En un inteligente movimiento del mercado, fichó por la Real a finales de verano, un equipo que aspiraba a estar arriba en la liga y en Europa. Hace 72 días su ligamento cruzado se tiró por la borda, y sin Esteban la Real ha sido eliminada de Champions y se mantiene en la zona media-alta de la clasificación en liga. Para jugador y equipo, la lesión llegaba en un momento clave de la temporada, con todo a medio hacer. Pero por lo que podemos ver en su twitter y en un pequeño reportaje que le dedicaron los de Canal+ hace unos días, Granero le está ganando la carrera al tiempo. Le hemos visto trabajando en el gimnasio, en la piscina e incluso dando algunos toques con el balón, que yo no soy médico pero imagino que debe de ser buen síntoma. También le hemos visto en su casa frente a la Concha, con el disco de maquetas de Quique González sonando de fondo y él con la guitarra. El madridismo, decía Jabois, es ganar en primavera. Para la próxima primavera tendremos otra vez al Pirata corriendo por los campos y los mares, y el fútbol será mejor. Desde este blog, por el que sabemos que alguna vez se ha pasado Granero, todo al ánimo del mundo, después de la avería viene la redención.


El viernes pasado fue un día tristísimo. A cualquiera que le guste el baloncesto le debe de seguir doliendo la rodilla derecha por solidaridad con Derrick Rose. El que probablemente es el mejor base del mundo, un chaval de 1'91 capaz de machacar el aro como si le hubieran lanzado desde arriba, detuvo los relojes en la madrugada del viernes. Su rodilla derecha decidió romperse tan solo un mes después de que la izquierda le permitiera jugar, tras haberle condenado a la grada toda la temporada pasada. Dos años sin Rose es más de lo que un aficionado puede soportar, así que no quiero imaginar cómo estará él, no hay extensión más grande que su herida. Derrick Rose es Chicago Bulls, y sin él los Bulls parecen abocados a la nada en la que llevaban instalados desde que se fue un tal Jordan. Todo hasta que apareció un chaval, vecino de la ciudad, que entraba a canasta rompiendo la cintura de los defensores más fieros, que solo podían ver por el retrovisor el número 1 de su dorsal. En 2010 orquestó la victoria de USA en el Mundial ese en que a España se la cargó un triple de Teodosic, y en 2011 le eligieron MVP de la NBA. El más joven en conseguirlo nunca. Entonces las rodillas empezaron a rebelarse, no podían soportar tanto talento. Hay otros bases jóvenes en la liga, como Chris Paul o Kyrie Irving, que aseguran la supervivencia de la especie, pero sin Rose, ay, los Bulls lloran porque no tienen quien les asista, y el baloncesto se pierde a su mejor creador de juego.

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400 perros en la puerta de la comisaría,
y lo más complicado fue encontrar una salida fácil.
Me bastó un vistazo para ver la botella vacía,
y entonces supe que estaba fuera.

400 gramos de avería y redención,
400 gramos de insatisfacción.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Incendio en invierno


Arctic Monkeys llegaron a Madrid el mismo día que el invierno. Desde muchas horas antes se apiñaban en la puerta del Palacio numerosas mocitas madrileñas, que fumaban canutos por diferenciarse de las que simultáneamente esperaban en Vistalegre para el concierto de un pimpollo hawaiano con las etiquetas todavía pegadas en la gorra de béisbol. Salvo alguna concesión puntual, es fácil darse cuenta de que en este blog se es más de guitarreos de post-tatcherismo industrial que de falsos ídolos con ukelele, por no hablar de la querencia del que escribe hacia el Palacio de los Deportes de Felipe II respecto al de Toros de Carabanchel, aunque durante estos últimos días madrileños ambos se puedan confundir por el poder ecualizador de la basura. Nada une más a los madrileños  de uno y otro lado de la M30 que la mierda común, nuestra mierda común.
Valiente osadía la de Arctic Monkeys, yo nunca me habría atrevido a tocar en el mismo recinto en el que dos días antes el Real Madrid fraguó el mayor espectáculo que se ha visto en una cancha europea de baloncesto desde hace varios años. Corrían el riesgo de que el Chacho todavía estuviera lanzando alley oops por allí y les cayera Slaughter sobre las cabezas. Corrieron el riesgo y ganaron. A las ocho abrieron las puertas y las acongojadas risas de los desheredados sonaron en los salones de palacio. Tal era la parsimonia de la masa para entrar que no pude ni llegar a los Torreznos, así que el pre-concierto se tuvo que desplazar al Museo del Jamón, ese pasadizo acristalado y con forma de chicane en que la senectud de la calle Alcalá se consume en una nube de humo de Ducados negro, y en el que despachan una cerveza tan insultantemente barata que uno acepta estoicamente morir intoxicado allí dentro. Pero no.

El comienzo del show fue el más salvaje que yo haya visto, encadenando Do I wanna know? (el mejor riff de guitarra desde Back in Black, el más oscuro desde Iron Man) y Brianstorm. El enérgico arranque espantó a los hijos del rey y encendió a las chicas del rock, que no esperaron ni a la tercera canción para quitarse el sostén. No hubo ni el más mínimo respiro hasta la pausa antes de los bises; apenas si duró cinco segundos la transición más larga entre canciones. Sonó, y muy bien, todo lo que tenía que sonar. Hasta Reckless Serenade, la serenata temeraria que no sale de mi cabeza. Se prodigaron en el repertorio del AM, que son las siglas de la propia banda pero también de Amplitud Modulada, motivo por el que la portada del disco es una banda senoidal en que las ondas tienen amplitud oscilante y frecuencia constante, o eso me dijo un ingeniero del ICAI.


También hubo espacio para el Suck it and See y para las melodías laboristas de los primeros discos de la banda. Por deferencia del Duderino, también llamado el Subsuelos, he aquí una lista de Spotify con el repertorio. Los testigos falsos del Sinedrio vierten hoy sus comentarios precocinados en la prensa oficialista, la socialdemócrata, la foral y hasta en los decadentes panfletos trotskistas. "El ritmo más amable de Arctic Monkeys deja indiferente al público de Madrid", titulan sobre un anuncio de Google que me pide que firme para evitar que se fundan los hielos árticos; antes de que cante el gallo, Pedro, me negarás tres veces. Probablemente los periodistas se equivocaron y se fueron a escuchar a Bruno Mars. Solo en El País y en Rolling Stone he leído crónicas con cierto ápice de objetividad.

Arctic Monkeys es Alex Turner, y Alex Turner es un tipo que ha moldeado su aspecto de manera que lo mismo parece que va a llevarle flores a su abuela en el hospital o que va a recibir los capones en la cabeza a puños del malo de Regreso al Futuro (¿Hay alguien ahí, McFly? ¿Hay alguien ahí?). Bajo su tupé y su chaquetita clara se aloja un talento antiguo construido a ladrillo de barrio obrero de Sheffield. Como Camarón, lleva un viejo por dentro. Ante el beneplácito entusiasta del respetable, Turner puso los cañones apuntando al Palacio de Invierno y desató el incendio en la casa de los zares. En su última canción aún preguntó Are you mine?, pero se fue sin dar tiempo para responder. Se fue porque no quería dormir en la ciudad que nunca se despierta.
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You're the fugitive
and you don't know what you're runnin' from.
You can't kid us
and you couldn't trick anyone.
Houdini, love, you don't know what you're runnin' away from.

Who wants to sleep in the city that never wakes up?
Blinded by nostalgia.
Who wants to sleep in the city that never wakes up?


lunes, 28 de octubre de 2013

Sweet Jane and the Satellites of Love


El efecto de la muerte del gran Lou me ha hecho escuchar incansablemente dos canciones en bucle permanente desde ayer a estas horas: Sweet Jane y Satellite of Love. El caso es que me he puesto a pensar que, si algún día tuviera una banda de rock y renunciara a la carrera como abogado, consultor, banquero u otras profesiones encorbatadas que se me viene encima en un futuro no muy lejano, sería cojonudo ponerle de nombre al grupo el título de alguna de estas dos canciones. "¡Esta noche tocan en las Ventas los Satellites of Love!". "¡El otro día me tajé viendo a los Sweet Jane!". O incluso, ya que los nombres son de por sí un poco moñas o melosos, conseguir una vocalista femenina, ser la banda española de soul definitiva y juntar los dos nombres: Sweet Jane and the Satellites of Love. Anda que no molaría.

He disfrutado mucho el rato que he pasado en el metro pensando en estas cosas. Cualquiera me dirá "Edu, ¿pero tú no tienes ya una banda?". No sé si se puede llamar tal a tres tíos que ensayan con una guitarra acústica y dos españolas un par de versiones de Leiva y, desde que pude imponer mis gustos más radicales, alguna de Quique González. Si algún día fuimos una banda, que puede que lo fuéramos, nuestro gran momento fue una noche primaveral de Barajas bajo el nombre de PlanSónico. Que Lucas y José me perdonen, pero habría molado mucho más que esa noche en la sala Level tocaran los Sweet Jane.

En Alta Fidelidad, Barry (Jack Black en la peli) pone un anuncio en la tienda para venderse como vocalista, y se acaba uniendo a la banda de un heavy llamada Sonido de la Muerte (mucho mejor en la versión original: Sonic Death Monkey). Cuando Rob le deniega a Barry el permiso para tocar en la fiesta que está organizando, Barry concluye "¡Que les jodan! ¡Somos el puto Sonido de la Muerte!". Finalmente, la banda resulta no ser una burda versión callejera de Metallica, como Rob teme, sino una elegante banda de soul que versiona Let's get it on de Marvin Gaye y que, para esa noche, ha decidido cambiarse Sonido de la Muerte por Barry Jive y los Uptown Five. Una especie de Sweet Jane and the Satellites of Love. Todos los nombres ficticios de bandas que aparecen en Alta Fidelidad son geniales (no se me olvida el de los macarras adolescentes, que se hacen llamar "Robé la silla de ruedas de mi mamá"). 


En la música nunca ha importado mucho el nombre. Si uno se para a pensar, muchas bandas buenas tienen nombres bastante vacíos o incluso absurdos (Rolling Stones, Arctic Monkeys, Cream, The Band, The Doors, Los Trogloditas, Los Rodríguez...), a los que ellos han acabado confiriendo la entidad que tienen a través de su música. Mis nombres favoritos de bandas siempre han sido The Who (simple donde los haya), E-Street Band, Taxi Drivers, Creedence Clearwater Revival y, cómo no, Velvet Underground.

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Satellite's gone up to the skies
Things like that drive me out of my mind

I watched for a little while
I like to watch things on TV

Satellite of love
Satellite of love


domingo, 27 de octubre de 2013

Lou Reed y el lado salvaje


En el extinto blog Howlin' at the moon (todavía se puede encontrar a la cola de la lista de blogs que encontrarán a su derecha), mi hermano solía escribir una sección llamada Un muerto para el fin de semana, en la que repasaba la trayectoria de grandes figuras de la música que habían pasado a mejor vida. Este fin de semana trae la triste noticia de la muerte de Lou Reed, quien seguramente tendría un rincón privilegiado en esta sección. Ha ocurrido a los 71 años, meses después de un trasplante de hígado.

Yo a Lou Reed le conocí antes de tener uso de razón por Sweet Jane, que a día de hoy sigue pareciéndome de las mejores canciones que se han compuesto nunca. Con el paso del tiempo muchas más canciones de la Velvet Underground y de Reed en solitario han acabado formando parte de mi propia banda sonora vital, como lo han hecho las de Springsteen, las de los Beatles o las de los Stones. Lo más grande de Lou Reed es que, siendo uno de los personajes más excesivos del rock, conservara esa sensibilidad tan desbordante para escribir canciones de tan extrema belleza. Fue uno de los pocos grandes rockeros que se matriculó en la universidad, y lo mismo se sumergía en interminables bacanales llenas de drogas psicodélicas en la Factory neoyorquina que escribía melodías tan delicadas y hermosas como Perfect Day.


Lou Reed nació en Brooklyn y se crió en Long Island, en la época en que en Manhattan iba germinando la depravada hostilidad que vivió Holden Caulfield en El Guardián entre el Centeno, y de la que el propio Reed acabaría formando parte en los que fueron los años más ácidos y lisérgicos de Nueva York. Fue en los 60 cuando Reed llegó a la gran ciudad y formó con John Cale la Velvet Underground, patrocinada por Andy Warhol. Nueva York era esos años la ciudad peligrosa, bulliciosa y decadente de Taxi Driver, llena de dealers, putas y paranoicos, y en ese contexto la Velvet se convirtió en una de las bandas más influyentes del rock. Más tarde Lou se fue a Europa, y junto a David Bowie inventó el glam y anticipó el punk. Transformer, de 1972, sigue siendo considerado básico por músicos de casi cualquier estilo. Sin Lou Reed no habrían existido o habrían sido cosas muy distintas Big Star, los Sex Pistols, los Ramones o los Clash, y probablemente nunca habría florecido todo eso que ahora se hace llamar indie o underground.


Hace años leí en un libro del periodista Julián Ruiz una anécdota de la primera vez que Lou Reed vino a tocar a España, a principios de los setenta, con Franco todavía vivo. Ruiz pidió una entrevista, pero Reed le acogió en su camerino como a un amigo, le pidió opinión sobre alguna nueva composición y le presentó a su pareja, un travesti puertorriqueño llamado Rachel. La entrevista tuvo que ser interrumpida porque Lou Reed y pareja necesitaban urgentemente unas jeringuillas nuevas, por lo que todos se fueron a buscar como locos una farmacia de guardia por la calle Princesa. En un Madrid en que los grises seguían dominando las calles, un periodista musical buscaba la manera de satisfacer la drogadicción de un músico neoyorquino y un travesti caribeño. Con todo, Lou Reed se acabó reformando y abandonó su etapa de excesos con las drogas, a la que tuvo la suerte de sobrevivir. El propio Julián Ruiz cuenta que durante las últimas décadas Reed no iba a hoteles que no dispusieran de un buen gimnasio.


Esta muerte es muy simbólica, al menos así lo percibo yo, porque, de las más grandes figuras del rock de los 60-70 que sobrevivieron a su apogeo musical y vital, Lou Reed es de los primeros en morir, uniéndose a una lista que se escribe con letras eternas y de la que ya formaba parte George Harrison. Se trata de una generación de artistas que consiguieron terminar sanos y salvos su paseo por el lado salvaje de la vida y que nos regalan una plácida vejez para seguir disfrutando de su música. Ha muerto Lou Reed y yo voy a pinchar el Loaded porque no se me ocurre mejor manera de despedirle y, ya de paso, despistar un rato la tristeza y los problemas mientras escucho Sweet Jane.

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Standing on the corner,
Suitcase in my hand
Jack is in his corset, and Jane is her vest,
And me I'm in a rock'n'roll band.
Ridin' in a Stutz Bear Cat, Jim
You know, those were different times!
Oh, all the poets they studied rules of verse
And those ladies, they rolled their eyes

Sweet Jane! Whoa! 

Sweet Jane, oh-oh-a! 
Sweet Jane!

domingo, 13 de octubre de 2013

Cuatro hallazgos, dos teorías y unos auriculares rotos

Llevo una temporada bastante curiosa en lo que a música se refiere. Paso con facilidad inusitada de un grupo a otro como quien se aprieta una cerveza tras el café con tostadas del desayuno. Supongo que hay gente que se presta con normalidad a tanto cambio, y más desde que Apple introdujo los conceptos de playlist, y reproducción aleatoria en la vida del ciudadano de a pie, pero yo, que soy un clásico, siempre he sido bastante fiel a mis épocas de concentración con los grupos. Al menos hasta hace poco. Ahora en el mismo viaje de metro me escucho a los Kinks, a Extremoduro y a Loquillo. Tengo amontonados en mi mesa lo mismo a Tom Waits y a Sabina que a Thin Lizzy, Arctic Monkeys o a Camarón. Probablemente tenga demasiado tiempo libre.

El caso es que esta dispersión de las últimas semanas me ha permitido hacer nuevos hallazgos, reafirmar/refutar teorías y abusar de mis auriculares muy por encima de sus posibilidades. Y yo, que soy muy de clasificarlo y compilarlo todo como Rob en Alta Fidelidad, lo dejo por escrito.



- Los hallazgos.

El primero ha sido AM, último disco de Arctic Monkeys. Estos tíos, que con veinticuatro años y el acné recién borrado ya han sacado cinco discos, ya han abarcado con AM todos los estilos posibles dentro del rock, tachando esta vez de la lista el glam, la balada, el medio tiempo y el blues rock. Su nuevo aire recuerda a Black Keys, dato muy favorable. Este primer hallazgo me lleva directamente al segundo: Suck it and see ("Chúpalo y verás", para los no angloparlantes), también de los monos árticos. No sé por qué se me había despistado siempre de mis escuchas del grupo, pero es para mi gusto el mejor de los cinco discos. Más alternativo, coloreado y alegre que los demás, y con temas [inserte calificativo típico de periodista deportivo, en masculino y plural] como este:


Seguimos. Me han presentado esta semana a estos señores que se hacen llamar The Lumineers.


Tocan guitarras acústicas, cellos y mandolinas, llevan unos sombreritos bastante ridículos, uno de sus componentes es una chica (singularidad histórica en este blog) y parecen puritanos ingleses recién desembarcados del Mayflower en el Nuevo Mundo, pero son buenos, los cabrones. Están entre el folk épico (¿?) de Mumford and Sons y el country de autor de Townes Van Zandt o Emmylou Harris, sin las pretensiones mitológicas de los primeros ni la sensibilidad alcohólica de los segundos. Sin exagerar, puede que haya escuchado su disco homónimo setenta veces esta semana, cosas que nos permitimos hacer los que pasamos diez horas semanales en el metro de Madrid. En este vídeo salen los chavales tocando Dead Sea, una de mis favoritas, en el patio de su casa.


Para ir terminando esta humilde sección, un breve repaso a los dos discos de rock español de nueva hornada que he escuchado últimamente, aunque solo el primero merece ser catalogado como hallazgo y como rock español. Al otro le reservo una cruel teoría algo más abajo. El bueno es el de Calamaro, Bohemio, que sin estar al nivel de Alta Fidelidad-Honestidad Brutal, porque repetir eso es imposible, tiene muy buenas canciones. Belgrano, Cuando no estás y Nacidos para correr me parecen de lo mejor de Calamaro en diez años, y una frase de Rehenes ("Un hombre es un campo de batalla") no se me va de la cabeza ni con diez copas.


El otro disco es el de Iván Ferreiro, del que lo que más me gusta es el nombre: Val Miñor - Madrid, Historia y Cronología del Mundo. Un par de canciones no me disgustaron, aunque solo recuerdo una llamada El dormilón. El resto me vino muy bien para echar una agradable siesta.

Bonus track: De lirios y de éxtasis - Carmen Boza. Una versión de esta canción ha supuesto la primera incursión de mi grupo en el rock pornográfico (por la letra, no piensen mal), si es que existe el género. Su voz, la canción y la propia Boza, que está de muy buen ver, calientan a cualquiera.


- Las teorías.

De hecho, más que teorías, son simples reflexiones más o menos punzantes contra algunos músicos por dar la brasa, pero como en este blog somos muy liberales con los títulos y los rótulos, dejémoslo en teorías.
Han hecho falta unos Lumineers para que me cuestione si Mumford and Sons realmente molan. Los paralelismos son inevitables, por razones tanto éticas como estéticas, pero las canciones sin pretensiones de los primeros resultan mucho más veraces que las composiciones bíblicas de los segundos. La sencillez es una virtud, y el problema de Mumford es que quieren convertir cada canción en una mezcla entre cantar de gesta e himno nacional. Y tanto banjo acelerado acaba cansando a los oídos desentrenados de este lado del Mississippi.
Matizo: Mumford me gustan, tienen muchas canciones muy buenas, pero tampoco conviene abusar de ellos, a riesgo de convertirse en un moderno con tirantes, camisa de cuadros y pantalones por dentro de las botas. Para los no iniciados en el grupo británico son muy recomendables Winter winds, The cave, Holland road o Hopeless wanderer. Toda esta historia de amor-odio con Mumford and Sons viene de la experiencia traumática de su concierto en Vistalegre, probablemente el peor recinto de conciertos del mundo. Nunca vi una organización tan lamentable (1000 personas en la pista, con aforo para 4000, y overbooking en las gradas) ni tanta indolencia ante los problemas de sonido, y eso que una vez vi cómo a los Who se les iban los plomos del Palacio de los Deportes a mitad de Who are you y seguían tocando sin darse cuenta. En fin, para responder a la cuestión inicial, Mumford and Sons molan. Sin pasarse, pero molan.


La siguiente teoría se titula "si haces una canción con un solo acorde, esta tiene un 99 % de posibilidades de ser una mierda", y sigue una distribución normal de cuya aplicación quedan excluidos Bo Diddley, Whole lotta love y God's gonna cut you down. Estoy hablando de Iván Ferreiro. Pensándolo bien, la teoría se podría llamar "cómo pasar de tener un grupo molón en los 90 a ser un músico en solitario medio decente y acabar convertido en una mojigata caricatura de ti mismo". Los Piratas, que para mi hermano son "el grupo vigués segundón", eran originales, virtuosos y algo macarras; muy buenos, en definitiva. Prueba de ello son Mi matadero clandestino, Promesas que no valen nada, El equilibrio es imposible o la mejor versión de un grupo español que yo he oído de My Way.


El primer Iván Ferreiro post-Piratas, tras una cura de valium y una tarde loca en que se llevó todas las camisas de cuadros del Springfield, sacó un buen disco con una buena banda llamado Canciones para el tiempo y la distancia, con hueco para alguna maravilla como Turnedo o Ciudadano A, y le regaló a Quique González una gran colaboración en Vidas Cruzadas. Al margen de estas excepciones, y hasta hoy, el último Iván Ferreiro se ha dedicado a meter en sus discos referencias al ciberespacio y al Sistema Solar, germanismos y demás flirteos con el gafapasteo más alucinógeno, con algún momento de lucidez como cuando llamó a un disco Confesiones de un artista de mierda. Esta deriva nos lleva al ya citado Val Miñor - Madrid, Historia y Cronología del Mundo, una psicofonía plana de una hora de duración, muy recomendable para sustituir a los documentales de la 2. Para concluir, Iván Ferreiro moló, en pretérito perfecto. El futuro en sus manos.


En fin, después de haberme despachado desproporcionadamente con el pobre Ferreiro (en el fondo le apreciamos, como ya escribimos un día por aquí) solo me queda pedir que alguien me recomiende unos buenos auriculares nuevos para mis viajes en metro, que como pueden ver dan para mucho. Cuando los consiga, este post quedará justificado.

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Un hombre es un campo de batalla,
si no se calla es una revolución de claveles.
Vayamos pintados con sangre de los dos,
siempre, siempre.
Entonces era la libertad,
a veces mataría por cinco minutos más.
Entonces era la libertad,
ahora me toca huir a mí, nene.

miércoles, 31 de julio de 2013

Summertime blues


Me voy al sur, como siempre. Me voy a tierra de fandangos, plateros, carabelas, coquinas y vino del condado. Y me voy sin saber si el billete de vuelta es el que me lleva hasta allí en tren o el que me devolverá a Madrid en unas semanas. Mi equipaje las wayfarer, uno de Pla para el tren, mi viejo sombrero y la guitarra flamenca, que nunca se sabe.


Llevo varios meses sin pasarme por aquí, y que lo haga ahora no obedece a ninguna razón especial, simplemente pensé que ya era hora de desempolvar este rincón. Me pasa como a los cuadros, como cuenta Baricco en Novecento, que en un momento indeterminado del tiempo simplemente deciden desprenderse del clavo que los mantiene colgados de la pared y arrojarse al vacío, nadie sabe por qué motivo. Al principio fueron los exámenes los que impidieron escribir, y como algunos somos reincidentes en el asunto de acumular convocatorias ese período se dilató más de lo previsto. Así las cosas, me puse como objetivo sacarle lustre al blog en cuanto me dieran las vacaciones, pero llegó el momento y me di cuenta de que no sabía de qué hablar. El motivo lo desconozco, quizás no encontraba por dónde empezar, o quizás me haya dado cuenta de que existiendo en el mundo tanta gente que escribe tan bien resulte vano que yo emborrone el ciberespacio desde estas líneas. Temas de que hablar no han faltado durante mi gran silencio. Se ha ido Mourinho, que es como si se va el padre a por tabaco y no vuelve más. He visto tocar a una embaucadora Lucinda Williams y al colega Quique González (again and again), cada vez más grande. He bebido los combinados británicos transparentes de siempre y he batido más de un récord de resistencia alcohólica que no viene al caso. He leído a Jabois, mucho, a Montero Glez, el cuarto número de Jot Down (el mejor hasta ahora, para mi gusto), a Antonio Luque, a Cormac McCarthy, a Tabucchi y, entre algunos otros, a un profesor mío de economía, novelista por afición, que tuvo los cojones de firmarme "para Eduardo, un gran alumno" una semana después de suspenderme con un indecoroso 3. He empezado y a buen ritmo a ver los Soprano, empujado por los acontecimientos y con varios años de retraso, y aunque no he visto tantas películas como me habría gustado (a pesar de la insistencia de Posts desde el Subsuelo) he visto Searching for Sugar Man, que por sí sola justifica cien años. Cualquier tema de estos daría para uno o varios posts en este blog, pero la vida está para vivirla, no para escribirla.


Estamos a mitad de verano y yo me voy de la ciudad, como espero que hagan también ustedes, y si no pueden siempre  les quedarán el Summertime blues de Eddie Cochran, Todos se van de Calamaro y Marilyn Monroe en La tentación vive arriba.


El verano está para comer y beber bien, para frecuentar a las personas que merecen la pena, para escuchar en bucle Salitre48, para tirarse indecentemente en la arena a leer libros de gran tonelaje y ver pasar a las chicas en bikini parapetado tras las gafas de sol, actividades tan inseparables de esta estación como despertar de pronto de la siesta a media ascensión del Tourmalet. En definitiva, para intentar cumplir cientos de propósitos veraniegos acumulados durante el año. A mí me podrán encontrar durmiendo la resaca en las dunas de alguna playa onubense o entre las rocas de una cántabra, en alguna cuneta de la campiña cordobesa o en algún tugurio inmundo de Madrid porque, a diferencia de los que se arriman al sol que más calienta, a mí en las tabernas, así como en el fútbol y en la vida, siempre me ha gustado sentarme con la canalla.

En fin, voy cerrando la ventana que se me va el tren. Aunque últimamente no me pase mucho por aquí sé que de vez en cuando hay quien sí lo hace, razón suficiente para esbozar una sonrisa de agradecimiento. Dejo, para que nadie se queje, una playlist con las canciones que forman la banda sonora veraniega de este blog. Disfruten de lo que queda de verano y procuren ser felices.

                                           
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Te acariciaba el viento de poniente, te llevó a la arena bañada en salitre.
Te acariciaba marinero en tierra, pero esta vez no era yo.
Te conocí en Conil de la Frontera, nunca es primavera donde tú creciste.
Sigues teniendo carita de pena, pero no me mires con tus ojos tristes.
Bañada en salitre, flota en la memoria de los días grises.
Fumo en la ventana, veo tu silueta sobre el arrecife.
Algunas flores crecen en las dunas, sube la marea, se hacen invisibles.
Algunas duermen a la luz de la luna persiguiendo sueños imposibles.

Ahora tendré que salir a buscarme, alguien que me arranque de cuajo la pena.
De alguna manera tendré que olvidarte, tengo que olvidarte de alguna manera.

domingo, 3 de marzo de 2013

Los mitos

Los ídolos. Esos seres más imaginados que reales, en los que depositamos más de lo que, posiblemente, cualquier persona de carne y hueso puede cargar, en los que proyectamos, seguramente, todo lo que no alcanzamos a tocar con los dedos de las manos. 
Fernando Navarro, La Ruta Norteamericana.


Sucede hacia la mitad de la canción. Después de sonar el estribillo -he caído en todas tus trampas pero te llevo en el corazón-, y de esas inconfundibles seis notas de piano que recurrentemente van apareciendo en el tema, como para coger aire, brota un leve solo de guitarra, punteado sin estridencias, mientras los platillos que se suman al ritmo dan más vida a la canción. No es un solo complicado ni largo, las notas se van sucediendo con una armonía lógica, casi evidente, en cuya sencillez se encuentra su belleza. Entonces, mientras el último bending se apaga, aparece la voz de Quique González: Fuimos una delantera mítica, y lo entiendo pase lo que pase porque te llevo en el corazón.
A decir verdad, este momento condensa muchas de las emociones vertidas en un disco, Delantera Mítica, que amenaza convertirse en clásico instantáneo. No sé si será el mejor de la carrera de Quique González, puede ser, pero poco importa eso, ya que a niveles como en los que Quique se mueve es absurdo establecer jerarquías. El día que busques melodías de seda necesitarás Salitre48, cuando alguien te haya dejado algún vacío por dentro (o lo haya llenado) pincharás el Kamikazes y cuando, nostálgico, lo que quieras es recordar lo que fue, lo que ha cambiado, los amigos frecuentados, las chicas despedidas o, en fin, los mitos del pasado, será entonces cuando Delantera Mítica se convierta en el disco que necesitas, en la banda sonora de tu momento vital.



Intencionadamente me he tomado unos cuantos días para escribir sobre Delantera Mítica, los suficientes para memorizarlo, para buscar paralelismos en las letras, para juguetear con la guitarra por encima de las melodías, para oír otros discos con los que compararlo, asistir a conciertos para contrastarlo y pasear por la calle para dibujarlo. Me ha dado tiempo hasta de cansarme, airearme y después recuperarlo mejor, como si lo hubiera dejado cocinándose en el fuego. He acabado convencido de una verdad que en realidad ya sabía, pero que quería fingir desconocer para recibir lo nuevo de Quique González temblando como si fuera la primera vez, como si no fuera su noveno disco y no supiera con qué me iba a encontrar. Y esa verdad es que, en el oficio de los que hacen canciones, muy pocos tienen la habilidad de Quique González para emocionarnos una y otra vez con su música. El Quique de Delantera Mítica es más como siempre que nunca, un genio que nos demuestra de nuevo que su música tiene el techo fuera de este planeta. Grandes letras, como siempre, melodías memorables en las que César Pop y Leiva han tenido su parte de culpa, interpretaciones colosales de los subalternos, la voz de Quique en el punto álgido de su carrera y la inmejorable producción de Brad Jones, ese tipo que nos ha convencido de que si algún día queremos grabar un disco debemos hacerlo en Nashville. Junto a la pasión con la que Quique se entrega a sus canciones, estos son los factores que convierten Delantera Mítica en el disco mítico que ya es.


Pudiendo escucharlas, escribir de las canciones es casi una blasfemia, pero en este blog siempre hemos sido muy profanos. Tenía que decírtelo es un brutal comienzo rock para el disco, donde las imágenes cinematográficas se suceden entre los salvajes solos de guitarra y el no menos impresionante trabajo de Brad Jones al bajo. Esta canción es buen ejemplo del simbolismo que inspira todo el disco, con esas escenas de casinos, cines, vestidos de novia y striptease tan propias del imaginario de Quique. La fábrica es muy del estilo musical de Leiva y César Pop, una melodía directa y alegre con guitarrazos pop de altísima calidad, probablemente mi favorita del disco. Esa obra maestra llamada Dallas-Memphis es, hasta donde yo sé, la primera canción de Quique que incluye un guiño al baloncesto, deporte del que le sabemos muy aficionado ya que el disco está dedicado a un quinteto de lujo formado por los exmadridistas Raúl López, Axel Hervelle y Álex Mumbrú (ahora los tres en el Bilbao Basket), la también mítica Amaya Valdemoro y Asier García. Las tres de la mañana, Dallas-Memphis; esa frase me hizo quedarme el miércoles pasado despierto hasta las tantas para ver a los Mavericks contra los Grizzlies, Nowitzki contra Gasol, misión que no pude cumplir por culpa del sueño, lo siento Quique. En el disco también encontramos buenas píldoras de rock callejero como ¿Dónde está el dinero? y Viejos capos, una reflexión sobre la crisis eterna y otra, una vez más, sobre los ídolos y los mitos. Parece mentira es el Mary Jane's last dance de Quique, con una cadencia y un guitarreo muy a lo Heartbreakers. En Las chicas son magníficas Quique se marca la que para mi gusto es la mejor interpretación vocal de su carrera, aderezada con los coros de Zahara la de la voz dulce, que también acompaña en Me lo agradecerás -cuando te vuelva el corazón a su sitio-. La anteriormente conocida como Grupies eléctricas (de la que hablé aquí hace pocas semanas cuando, en mi ignorancia, desconocía que aparecería en Delantera) se llama aquí No encuentro a Samuel, que enlaza con esa historia de Quique con su perro Sam, Avería y Redención y las gafas de Mike. Bonita canción sobre la amistad con un perro que cuando su dueño le busca se larga de perras. No hagas planes emociona con su buena dosis de frases "lapidarias" -te roba un pensamiento y va atravesando el plano real- y unos arreglos ambientales místicos. En las postrimerías llega la ya referida Delantera Mítica, la canción para los amigos de Quique, honor del que todos los que seguimos su música nos sentimos aunque sea un poco partícipes, ya que él ha puesto la banda sonora de muchos momentos importantes de nuestras propias vidas. Cierra el disco la versión de uno de los ídolos de Quique, bendita costumbre que tras Diego Vasallo (La vida te lleva por caminos raros, en Avería y Redención) y Lapido (Algo me aleja de ti, en Daiquiri Blues) tiene por elegido al maestro, a lo que Quique habría sido de nacer en Minnesota, un tal Bob Dylan. Es difícil adaptar una canción del calibre de Is your love in vain?, pero Quique consigue hacerla suya y llevarla a su terreno con una instrumentación más sencilla y un sentimiento de trascendencia que pocos saben imprimirle a su música. El epílogo perfecto para un disco difícil de repetir.


Después de Delantera Mítica es difícil distinguir dónde estará el límite de Quique González, un ídolo para cada vez más gente, un mito que hace pocos años se lo jugaba todo en garitos pequeños y que hoy es número uno de las listas de ventas. Los que le seguimos la pista desde hace ya unos cuantos años sabíamos que llegaría un momento en que el mundo acabaría reconociendo el valor de este músico, aunque con ello perdiéramos ese ápice de exclusividad que nos hacía sentirnos tan privilegiados por disfrutar de sus canciones. Suum quique tribuere, Quique se ha ganado con el trabajo de más de una década el derecho a ser identificado como el músico más en forma de España no solo por unos pocos, sino también por el gran público. ¿Y a partir de ahora qué? La capacidad de Quique González para escribir canciones tan grandes parece no tener fin, y su inspiración parece manar de una fuente que no se agota nunca, así que disfrutémosle mientras podamos, que podemos estar seguros de que volverá. Mientras tanto, nos vemos en la carretera.


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Me creía toda la película,
he caído en todas tus trampas
pero te llevo en el corazón.

Fuimos una delantera mítica
y lo entiendo pase lo que pase, 
porque te llevo en el corazón.

A decir verdad había química
y te espero cuando todo estalle
porque te llevo en el corazón, 
porque te llevo en el corazón.

domingo, 24 de febrero de 2013

Anything that's rock and roll


El viernes se anunciaba en la Penélope un tributo a Tom Petty, allí nos plantamos. Los allí congregados, que no superaban el centenar de personas, debían de ser la suma de los colegas y familiares de los músicos y algún incondicional fetichista del viejo Tom (personajes estos últimos que yo cifro en unos cinco o seis en el área metropolitana de Madrid, ataviados todos ellos con sombrero tejano y el collar de calavera). Completábamos la reunión algunos pocos nostálgicos que supimos del concierto por las redes socialistas, lo suficientemente frikis como para asistir pero no lo bastante como para no tener que pagar entrada. El público es al que yo imagino incondicional de este tipo de eventos, lo mismo de un homenaje a Antonio Vega en Clamores que de un tributo a Radio Futura en Galileo. Que si Álvaro Urquijo por aquí, que si Rafa el del Jazzville por allá... vamos, el circuito madrileño de supervivientes de los ochenta.

De la banda brilló, y mucho, el ínclito Ramón Arroyo de los Secretos, mostrando una soltura tremenda con los temas de Petty. La otra figura que yo conocía era el batería Toni Jurado, si un tiempo Taxidriver y escudero de Quique González, ahora de la banda de Rebeca Jiménez. Un terremoto a los tambores, siempre con las gafas de Mike puestas (en la canción él era Johnny), Toni Jurado se merece todos mis respetos por haber marcado el ritmo en unas cuantas de mis canciones favoritas. Por resumir, los que en el concierto tenían el rol de los Heartbreakers no solo cumplieron con su parte, sino que demostraron una solidez enorme interpretando temas ajenos. Fue el que debía hacer de Tom Petty el que flojeó, un cantante fondón que, atril con las chuletas en ristre, intentó defenderse como pudo en el repertorio del de Gainesville. Pero vaya, una noche de rock en Madrid es una noche de rock en Madrid y... ¡joder! ¡si es que las tocaron todas! The Waiting, Learning to fly, Refugee, Breakdown, Into the great wide open, Handle with care de los Travelling Willburys y hasta se atrevió Álvaro Urquijo con Don't do me like that, quizás la mejor de la noche. Canciones de Tom Petty y minis de cerveza; noches de rock en Madrid, benditas sean.

PS: Volveré pronto, que hay mucha Delantera Mítica de la que hablar.
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Some friends of mine and me stayed up all through the night
Rockin' pretty steady till the sky went light
And I didn't go to bed, I didn't go to work
I picked up the telephone, told the boss he was a jerk

So c'mon baby let's go
Dom't you hear the rock and roll playin' on the radio
Sounds so right, girl you better grab hold
Everybody's got to know
Anything that's rock and roll's fine
Anything that's rock and roll's fine

domingo, 20 de enero de 2013

Para qué discutir si puedes pelear



Como cuando te bebes diez kilómetros de gin tonics de los buenos, sin florecillas y sin mierdas, y la resaca del día siguiente sabe mejor, así estoy yo después de ver anoche Django Unchained, con el estómago lleno de la ración de masacre, holocausto y rojo amanecer que me tendrá satisfecho hasta el próximo estreno de Tarantino. ¡Ha metido Ain't no grave de Johnny Cash en una película! ¡Y rap! ¡Rap de los guetos de Detroit en un western! En cualquier otro director (salvo los Coen) esto sería una pretenciosa maniobra de postureo execrable, pero a Tarantino se lo perdonamos porque, precisamente, para ver magníficos cuadros de violento postureo cinematográfico es para lo que hemos pagado ocho pavos. Este es el tío que nos enseñó a rociar a nuestros enemigos con gasolina después de cortarles la oreja, el que acabó Kill Bill con Malagueña salerosa, el que reinterpretó la historia moderna acribillando a Hitler en un cine en llamas, ¿cómo no le vamos a perdonar?


Django está a la altura. Sigue el estilo narrativo de Malditos Bastardos y, sin ser el primer western de Tarantino, es el primero ambientado en el Oeste. Música de Ennio Morricone, cuidadísima fotografía, grandes interpretaciones (sobre todo Cristoph Waltz), humor negro tan de la casa y violencia, mucha violencia. Siendo la destrucción masiva algo tan habitual en Tarantino, en Django las escenas de ajusticiamientos probablemente ocupan más tiempo que en sus películas anteriores, sobre todo en la segunda parte de la película. La primera parte, claramente diferenciada, es más amable (dentro de la tónica general de disparos a bocajarro y sangre manchando flores de algodón); la primera hora a mí me recordó mucho a O'Brother, dos forajidos que recorren los Estados Unidos en busca de la salvación, persecuciones de encapuchados, esclavos negros unidos por sus cadenas y mucha música country. Ahora, como con cualquier otra película de Tarantino, si no pueden soportar litros y litros de sangre, jaurías de perros descuartizadores ni metal candente sobre la piel desnuda, mejor esperen a que Disney saque la versión para niños.
Las películas de Tarantino son una forma de devolvernos a un estado primitivo y neandertal de la evolución, nos plantea la violencia como lo que es, una faceta natural del hombre, un botón que es necesario pulsar de vez en cuando para descargar la ira y seguir funcionando sin cortocircuitos. Él lo lleva al extremo, sus personajes luchan por un ideal remoto despojándose de toda moral por el camino, pero nos hace darnos cuenta de que la vida sin violencia no sería lo mismo, y que a veces es mejor pelear que discutir. Suele ser el camino más rápido.


"Yo secundo la moción, ¡pero con violencia!" (Homer Simpson)

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There ain't no grave
can hold my body down.
There ain't no grave
can hold my body down.

When I hear that trumpet sound
I'm gonna rise right out of the ground.
Ain't no grave
can hold my body down.

miércoles, 16 de enero de 2013

Ajuste de cuentas: 2012


Con el papel de envolver de este 2013 ya en la basura desde hace días, vuelvo a vosotros tras la tempestad de unas semanas en que las obligaciones han ocupado prácticamente todo mi tiempo. Y vuelvo para ajustar cuentas, ya que llevo desde la oleada de posts de diciembre con un tema en la cabeza, que es de todo menos original. Se trata de dejar por escrito, tras la deliberación y el concilio debido, los que para el que escribe estas líneas han sido los mejores discos del 2012. Si el año pasado me quejaba de falta de material y decía que nuestros ídolos estaban muertos, no puedo decir lo mismo en esta ocasión; ha sido un gran año en lo musical y, por suerte, hay mucho donde elegir, aunque por economía procesal voy a reducirlo todo a dos categorías supremas, mejor disco español y mejor disco internacional. En España hemos disfrutado (aparte del #1 de la lista, para el que mantengo una ficción de suspense) de La Nave de los Locos, el brutal último disco de Loquillo, Diciembre el brillante debut en solitario de Leiva, buenos trabajos de Rubén Pozo y M Clan y agradables descubrimientos como el de Jorge Marazu y su disco La Colección de Rejoles (descubrimiento que, como otros muchos, debo a Esa Canción me Suena). Más allá del Atlántico y del Cantábrico también se han puesto las pilas y han vuelto los de siempre, los que nunca (o casi nunca) fallan. Hemos tenido grandísimos nuevos discos de Springsteen, de Neil Young, de Van Morrison, de Leonard Cohen, y además los Stones han vuelto a tocar. También han publicado magníficos discos artistas de menos de 60 años como Mumford & Sons, Ryan Adams y John Mayer, pero como en este blog tenemos mucho respeto por nuestros mayores entramos directamente en materia con el que, para Billete de Vuelta, ha sido el mejor disco internacional:

Bob Dylan, Tempest.


En una canción no publicada llamada Groupies Eléctricas, Quique González decía "resucité de nuevo oyendo Modern Times, ¿cómo ha podido hacer algo tan bueno?". Parecía mentira que un señor de 65 años que había publicado 33 discos antes y compuesto muchas de las mejores canciones de siempre pudiera seguir haciendo cosas así. Pues bien, con 71 llega el señor Dylan y publica un disco todavía mejor: Tempest.  La vida de los grandes es una superación permanente de los límites marcados con anterioridad y una habilidad para reinventarse, volver mejor y ser más como siempre que nunca. El disco repasa muchos de los registros que Dylan ha cultivado a lo largo de su carrera, blues de estilo antiguo (Early roman kings), baladas lentas (Soon after midnight, Long and wasted years), rock n' roll de estilo Highway 61 (Narrow way) y composiciones casi bíblicas como Tempest y Roll on John. Mi favorita es Pay in Blood, un rock que me vuela la cabeza, sublime. No sé si a estas alturas se podrá permitir Bob Dylan ser pródigo en giras interminables por nuestro entorno, pero nos ha sorprendido ya tantas veces que no debería extrañarnos que presentara Tempest en directo en algún lugar cercano, ocasión que deberíamos aprovechar para acudir en peregrinación a rendirle pleitesía.

Y en cuanto al mejor disco publicado en España en 2012, the winners are:


Los Madison, Compás de Espera.



La verdad es que no tuve dudas en este campo, con sus tres discos Los Madison se han convertido para el abajo firmante en una de las referencias del rock español de los últimos años, y esperemos que también de los próximos lustros. El sonido de la banda es imbatible, y el talento de Txetxu Altube a la hora de componer y de interpretar está al alcance de pocos. Compás de Espera es un disco bestial, detallista pero directo a la vez, con canciones que mejoran a cada escucha mostrando nuevos matices de rock. Como en Tempest, la variedad es una cualidad, y lo mismo encontramos temas rápidos y guitarreros como Jamás, Dividido y Sígueme despacio, lugares intermedios como la sesentera Me estoy vendiendo mal y canciones más pausadas como Entre tú y yo y Casi siempre, además de una colaboración estelar como es la de Miguel Ríos en Juego Sucio. Para mí, las joyas son la propia Compás de Espera, llamada a ser icónica en el repertorio de Los Madison; Ropa Nueva, en la que colabora el quinto Madison, el maestro César Pop, compañero de mil batallas con Txetxu; Skyline, que tiene unas progresiones melódicas y unos silencios entre riffs que valen su peso en oro; y una versión que, por lo menos, iguala la versión original, Lo que Queda, escrita por César Pop (¿de las tres mejores canciones escritas en España en los últimos veinte años?), que en manos de Los Madison suena más rápida y guitarrera que en la versión del asturiano de la Alameda de Osuna. Lo ha dicho Txetxu varias veces a través de las redes, 2012 ha sido un año inolvidable para Los Madison, ya que además de lanzar un disco como este pudieron gozar de noches memorables como en la que llenaron los Teatros del Canal de Madrid. Por el bien de los que nos gusta esto de la música, que Los Madison sigan tan en forma como el año pasado.

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He tirado mi fondo de armario,
ya no voy buscando ropa nueva.
Ando recorriendo el vecindario
y no soy el único alma en pena,

Siempre he sido adicto a las canciones,
no voy a dejar de darles cera.
Ojalá lloviese para siempre
para almacenarme en la nevera.

Si no estás aquí me invento tu mirada
y me haré creer que tú me recordabas
desde siempre,
como siempre.