jueves, 28 de noviembre de 2013

Playmakers


Hace tiempo que no hablamos de deportes por aquí, y eso que el madridismo irracional del autor se está viendo últimamente satisfecho con resultados positivos por parte de las dos secciones del club de Chamartín. En fútbol parece que la mejor plantilla del mundo está empezando a demostrar por qué vale mil millones, a fuerza de los pases de correo postal de Xabi Alonso y los goles de caza mayor de Cristiano. Mientras tanto, el equipo de baloncesto ha cosechado el inicio de temporada perfecto con 13 victorias en 13 partidos, y con un nivel de juego que un early ninties como yo no ha conocido nunca en suelo europeo. El equipo por fin se ha quitado sus complejos en la zona fichando a dos pívots talentosos e intimidadores con pinta de guerrilleros, como son Bourosis y Mejri, y con un Mirotic pre-NBA demostrando que va a ser el mejor jugador de este lado de la mar océana. Los altos nos dan una nueva seriedad defensiva, también Slaughter y Felipe, que sigue teniendo su imán para el rebote. Este Madrid se construye en la defensa, pero es al correr hacia la canasta contraria cuando el rival esconde a los niños. De la barba de Sergio Rodríguez nace el juego, el más perfecto que se pueda imaginar. Con el Chacho en pista hasta yo, que este año me he abonado al Palacio, me creo capaz de encestarla. A su lado cabalgan Rudy, que pasa más tiempo en suspensión que en el mundo de los mortales, el ultraortodoxo Tremmell Darden y el mormón Jaycee Carroll, a quien preguntan los de las enciclopedias antes de explicar cómo se tira un triple.


El caso es que yo hoy no venía a hablar del Madrid, sino de dos jugadores, uno de fútbol y otro de baloncesto, a los que este blog patrocinaría si tuviera dinero, pero que por culpa de las rodillas nos han dejado huérfanos de su magia unos meses, y a sus equipos sin el creador de juego e inventor de ataques que los iluminaban. Esteban Granero es uno de ellos. En un inteligente movimiento del mercado, fichó por la Real a finales de verano, un equipo que aspiraba a estar arriba en la liga y en Europa. Hace 72 días su ligamento cruzado se tiró por la borda, y sin Esteban la Real ha sido eliminada de Champions y se mantiene en la zona media-alta de la clasificación en liga. Para jugador y equipo, la lesión llegaba en un momento clave de la temporada, con todo a medio hacer. Pero por lo que podemos ver en su twitter y en un pequeño reportaje que le dedicaron los de Canal+ hace unos días, Granero le está ganando la carrera al tiempo. Le hemos visto trabajando en el gimnasio, en la piscina e incluso dando algunos toques con el balón, que yo no soy médico pero imagino que debe de ser buen síntoma. También le hemos visto en su casa frente a la Concha, con el disco de maquetas de Quique González sonando de fondo y él con la guitarra. El madridismo, decía Jabois, es ganar en primavera. Para la próxima primavera tendremos otra vez al Pirata corriendo por los campos y los mares, y el fútbol será mejor. Desde este blog, por el que sabemos que alguna vez se ha pasado Granero, todo al ánimo del mundo, después de la avería viene la redención.


El viernes pasado fue un día tristísimo. A cualquiera que le guste el baloncesto le debe de seguir doliendo la rodilla derecha por solidaridad con Derrick Rose. El que probablemente es el mejor base del mundo, un chaval de 1'91 capaz de machacar el aro como si le hubieran lanzado desde arriba, detuvo los relojes en la madrugada del viernes. Su rodilla derecha decidió romperse tan solo un mes después de que la izquierda le permitiera jugar, tras haberle condenado a la grada toda la temporada pasada. Dos años sin Rose es más de lo que un aficionado puede soportar, así que no quiero imaginar cómo estará él, no hay extensión más grande que su herida. Derrick Rose es Chicago Bulls, y sin él los Bulls parecen abocados a la nada en la que llevaban instalados desde que se fue un tal Jordan. Todo hasta que apareció un chaval, vecino de la ciudad, que entraba a canasta rompiendo la cintura de los defensores más fieros, que solo podían ver por el retrovisor el número 1 de su dorsal. En 2010 orquestó la victoria de USA en el Mundial ese en que a España se la cargó un triple de Teodosic, y en 2011 le eligieron MVP de la NBA. El más joven en conseguirlo nunca. Entonces las rodillas empezaron a rebelarse, no podían soportar tanto talento. Hay otros bases jóvenes en la liga, como Chris Paul o Kyrie Irving, que aseguran la supervivencia de la especie, pero sin Rose, ay, los Bulls lloran porque no tienen quien les asista, y el baloncesto se pierde a su mejor creador de juego.

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400 perros en la puerta de la comisaría,
y lo más complicado fue encontrar una salida fácil.
Me bastó un vistazo para ver la botella vacía,
y entonces supe que estaba fuera.

400 gramos de avería y redención,
400 gramos de insatisfacción.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Incendio en invierno


Arctic Monkeys llegaron a Madrid el mismo día que el invierno. Desde muchas horas antes se apiñaban en la puerta del Palacio numerosas mocitas madrileñas, que fumaban canutos por diferenciarse de las que simultáneamente esperaban en Vistalegre para el concierto de un pimpollo hawaiano con las etiquetas todavía pegadas en la gorra de béisbol. Salvo alguna concesión puntual, es fácil darse cuenta de que en este blog se es más de guitarreos de post-tatcherismo industrial que de falsos ídolos con ukelele, por no hablar de la querencia del que escribe hacia el Palacio de los Deportes de Felipe II respecto al de Toros de Carabanchel, aunque durante estos últimos días madrileños ambos se puedan confundir por el poder ecualizador de la basura. Nada une más a los madrileños  de uno y otro lado de la M30 que la mierda común, nuestra mierda común.
Valiente osadía la de Arctic Monkeys, yo nunca me habría atrevido a tocar en el mismo recinto en el que dos días antes el Real Madrid fraguó el mayor espectáculo que se ha visto en una cancha europea de baloncesto desde hace varios años. Corrían el riesgo de que el Chacho todavía estuviera lanzando alley oops por allí y les cayera Slaughter sobre las cabezas. Corrieron el riesgo y ganaron. A las ocho abrieron las puertas y las acongojadas risas de los desheredados sonaron en los salones de palacio. Tal era la parsimonia de la masa para entrar que no pude ni llegar a los Torreznos, así que el pre-concierto se tuvo que desplazar al Museo del Jamón, ese pasadizo acristalado y con forma de chicane en que la senectud de la calle Alcalá se consume en una nube de humo de Ducados negro, y en el que despachan una cerveza tan insultantemente barata que uno acepta estoicamente morir intoxicado allí dentro. Pero no.

El comienzo del show fue el más salvaje que yo haya visto, encadenando Do I wanna know? (el mejor riff de guitarra desde Back in Black, el más oscuro desde Iron Man) y Brianstorm. El enérgico arranque espantó a los hijos del rey y encendió a las chicas del rock, que no esperaron ni a la tercera canción para quitarse el sostén. No hubo ni el más mínimo respiro hasta la pausa antes de los bises; apenas si duró cinco segundos la transición más larga entre canciones. Sonó, y muy bien, todo lo que tenía que sonar. Hasta Reckless Serenade, la serenata temeraria que no sale de mi cabeza. Se prodigaron en el repertorio del AM, que son las siglas de la propia banda pero también de Amplitud Modulada, motivo por el que la portada del disco es una banda senoidal en que las ondas tienen amplitud oscilante y frecuencia constante, o eso me dijo un ingeniero del ICAI.


También hubo espacio para el Suck it and See y para las melodías laboristas de los primeros discos de la banda. Por deferencia del Duderino, también llamado el Subsuelos, he aquí una lista de Spotify con el repertorio. Los testigos falsos del Sinedrio vierten hoy sus comentarios precocinados en la prensa oficialista, la socialdemócrata, la foral y hasta en los decadentes panfletos trotskistas. "El ritmo más amable de Arctic Monkeys deja indiferente al público de Madrid", titulan sobre un anuncio de Google que me pide que firme para evitar que se fundan los hielos árticos; antes de que cante el gallo, Pedro, me negarás tres veces. Probablemente los periodistas se equivocaron y se fueron a escuchar a Bruno Mars. Solo en El País y en Rolling Stone he leído crónicas con cierto ápice de objetividad.

Arctic Monkeys es Alex Turner, y Alex Turner es un tipo que ha moldeado su aspecto de manera que lo mismo parece que va a llevarle flores a su abuela en el hospital o que va a recibir los capones en la cabeza a puños del malo de Regreso al Futuro (¿Hay alguien ahí, McFly? ¿Hay alguien ahí?). Bajo su tupé y su chaquetita clara se aloja un talento antiguo construido a ladrillo de barrio obrero de Sheffield. Como Camarón, lleva un viejo por dentro. Ante el beneplácito entusiasta del respetable, Turner puso los cañones apuntando al Palacio de Invierno y desató el incendio en la casa de los zares. En su última canción aún preguntó Are you mine?, pero se fue sin dar tiempo para responder. Se fue porque no quería dormir en la ciudad que nunca se despierta.
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You're the fugitive
and you don't know what you're runnin' from.
You can't kid us
and you couldn't trick anyone.
Houdini, love, you don't know what you're runnin' away from.

Who wants to sleep in the city that never wakes up?
Blinded by nostalgia.
Who wants to sleep in the city that never wakes up?