domingo, 23 de noviembre de 2014

Dos no es igual que uno más uno

Foto de Roberto Pérez Lavín

Ayer en La Riviera lo comprobé. Hay una banda, la que forman Quique González, José  Ignacio Lapido y un puñado de músicos habituales de ambos que es, probablemente, la mejor que existe en este país. Los dos músicos han descubierto la fórmula secreta del noble arte de actuar en directo, meter en una coctelera el talento y el repertorio de los dos y ejecutarlo con una súperbanda que de tan rockera hace que tiemblen los cimientos de la música española. Es apostar todo el dinero a todos los números de la ruleta, fallar es imposible.

Dos músicos introvertidos, Quique y Lapido, han encontrado la manera de estar totalmente a gusto en el escenario y han moldeado un hábitat en que el "cantautor de rock" y el "poeta eléctrico" se sienten absolutamente pletóricos. Con los dos pilotando la nave descargan cierta responsabilidad, ganando en soltura y comodidad como intérpretes, y el formato elegido para esta gira, con intercambio mutuo de estrofas en los temas ajenos, nos regala la experiencia de revisitar las canciones de nuestra vida en la versión de otro de nuestros ídolos. Porque son nuestros ídolos, y eso es algo muy exclusivo de una comunidad de melómanos, aficionados al rock y al sonido guitarrero, que en la música buscan a partes iguales emoción, honestidad, actitud y belleza. En ese terreno nadie supera a Quique y Lapido, por eso esta gira es un regalo para esta comunidad y para los propios artistas, de los que es difícil de decir cuál es el aprendiz y cuál el maestro del otro. Con un repertorio para los más fieles, con pocas concesiones a la evidencia, Quique y Lapido soltaron a los perros a base de energía y emoción. Cuando un músico disfruta sobre las tablas se transmite la magia al público y se produce una comunión mística y trascendental. Esto fue una constante en el concierto de ayer, del que es imposible destacar un momento cumbre porque el nivel no descendió ni un instante. Por dejar una simple muestra, El carrusel abandonado y Ladridos del perro mágico en boca de Quique González o Clase media y La luna debajo del brazo en la de Lapido son experiencias musicales y emocionales de primera magnitud, inolvidables para los que nos gusta esto.

Foto de Jorge Lucas

La formación combina en la proporción exacta del rock canónico la solidez de la guitarra de Pepo López, el virtuosismo de la de Víctor Sánchez, la firmeza de la sección rítmica de Ricky Falkner y Edu Olmedo, la melodía precisa de Raúl Bernal a los teclados y el papel liberado de Quique y Lapido a las voces y a las guitarras. Nunca las canciones de madrileño y granadino habían sonado tan bien. Y esto me lleva a un pensamiento que seguro que tuvieron los centenares de asistentes al concierto y los propios protagonistas, el resultado es demasiado bueno como para acabarse con esta gira. Todos vivimos esta conjunción de estrellas como el preludio de algo grande y esperemos que prolongado en el tiempo. No sabemos si será un disco, si más giras o si colaboraciones más profundas entre los dos, pero todos sabemos que Soltad a los perros no es el fin.

En verdad tiene esta gira mucho de ajuste de cuentas, como cuenta el gran Chema Doménech en su magnífica crónica de la velada (y con quien ajusté cuentas yo mismo charlando por fin en persona mientras sonaba Nubes en forma de pistola; gracias por tus palabras y tu magisterio, Chema). Yo también ajusté cuentas con el Salitre48 que volví a comprar, ya que mi antiguo ejemplar quedó inutilizado por el uso hace unos días. Y de alguna manera puse una muesca especial en el bastón que se lleva en este viaje vertical que es la música, ya que la primera vez (de unas quince) que vi en directo a Quique González, hace ocho años, fue también la primera vez que vi a Lapido. Ese día en el Palacio de Congresos se subió al escenario el de Granada para cantar Kid Chocolate, igual que hicieron ayer en La Riviera. En ese momento me di cuenta es que todo lo bueno vuelve y siempre acaba encajando una y otra vez, así que yo estoy tranquilo paladeando el concierto de ayer, porque sé que estos dos aún tienen cosas que decir juntos. Los ejércitos del rock no rompen filas.


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Ahí llega de vuelta el que dijo que no volvería,
estuvo sembrando amapolas en la tierra prometida.
Eso fue cuando tú y yo coleccionábamos días tristes,
tan tristes como las caricias que ya dimos por perdidas.

Los buitres acuden a picar en los restos de la historia,
los maestros enseñan a sumar mientras los niños cazan moscas
y nosotros dos empeñándonos en capturar eclipses,
en la otra esquina del mundo alguien preguntó la hora

Ahí llegan los ecos de nuestro pasado
entre los chirridos de los neumáticos
Puedo oír los ladridos del perro mágico, 
del perro mágico.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Jailbreak y el efecto Pigmalión


Hay una teoría que se explica en las clases de dirección de personas y de comportamiento organizacional llamada "efecto Pigmalión" o de la profecía que se autocumple, que consiste básicamente en la importancia de la predisposición para la materialización de resultados. Osease, que quien genera expectativas de conducta buenas o malas (Pigmalión positivo o negativo) es más susceptible de desembocar en esas conductas buenas o malas.
Esto viene a santo de la noticia del día en el mundo del rock: Phil Rudd, batería de AC/DC, ha sido detenido por planear un doble asesinato, para lo cual se pretendía servir de un sicario al que había contratado. Los fans de AC/DC que al leer la noticia no hayan evocado alguna canción de la banda como Shoot to thrill o Jailbreak no sé si son dignos portadores de ese título. Al margen de la discusión moral o legal, este asesinato frustrado no deja de ser un pequeño ejercicio de coherencia para alguien que ha acompañado a la batería los versos "Había un amigo acusado de asesinato, y el mazo del juez  cayó, el jurado le declaró culpable, le cayeron dieciséis años en el infierno". Cuando menos, una singular ironía del destino.

Coñas aparte, a cada uno que le corresponda su derecho, suum quique tribuere (como decía Miguel sobre Polanski) y todas esas cosas. La duda es si tras la forzada retirada de nuestro admirado Malcom Young (auténtico guardián de la llama del rock de los australianos), perdido por siempre en el océano de la enfermedad y la desmemoria, y el previsible ingreso de Rudd en el trullo por una temporada, puede significar esto el fin de AC/DC, con un disco nuevo a punto de salir y una gira mundial planeada. La banda ha dicho en un comunicado que ni de coña, y probablemente salgan a la carretera aunque sea con el de la boina y el del uniforme escolar, pero para qué nos vamos a engañar, si de una tacada se caen del escenario dos de los miembros que llevaban cuarenta años en el grupo, lo mismo seguro que no va a ser. La verdad es que había ganas de repetir concierto de AC/DC, vaya ciego de cerveza en el de hace cinco o  seis años en el Calderón, el único al que la edad me ha permitido ir. Confiemos por tanto en que la justicia australiana sea clemente con el más excelso batería de rock bajo su jurisdicción. O si no, por lo menos, que también se produzca el efecto Pigmalión respecto de esa otra estrofa de Jailbreak: "no voy a pasar mi vida aquí, no voy a vivir solo, no voy a picar piedras encadenado, me escapo y me piro a casa".


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There was a friend of mine on murder
And the judge's gavel fell
Jury found him guilty
Gave him sixteen years in hell
He said "I ain't spending my life here
I ain't living alone
Ain't breaking no rocks on the chain gang
I'm breakin' out and headin' home"

Gonna make a jailbreak

And I'm lookin' towards the sky
I'm gonna make a jailbreak
Oh, how I wish that I could fly

All in the name of liberty

All in the name of liberty
Got to be free

sábado, 20 de septiembre de 2014

Más grande que la vida




Ayer fui al cine y se detuvo el tiempo. Se detuvo de una manera extraña, porque en ese instante que quedó atrapado en la sala oscura transcurrieron años, edades, generaciones enteras en un simple parpadeo de ojos. Boyhood era la película, 165 minutos que son 12 años, el tránsito de la infancia a la adolescencia y después a la madurez. El simple proyecto ya era suficientemente poderoso: rodar la vida de un niño entre los seis-siete y los diecinueve años sin artificio alguno, sin prisa, solo él, su entorno cambiante, su propio crecimiento y sus constantes, sus raíces. Pero no queda ahí. Ante una interpretación tan carismática del papel de una vida entera que no es la suya, adquiere más valor si cabe el acierto de Richard Linklater al elegir, cuando apenas tenía cinco años, a Ellar Coltrane. La cantidad de cosas que podían haberse torcido a lo largo de doce años de rodaje (a semana por año) no hace sino resaltar el mérito del director y el compromiso de los actores. Al menos cuatro de ellos han estado presentes en todo el desarrollo de la película, Mason, el protagonista, su hermana y sus padres (Ethan Hawke y  Patricia Arquette). Cuatro fragmentos de cuatro vidas, cuatro evoluciones sentimentales y afectivas, cuatro viajes verticales hacia el descubrimiento de uno mismo. Y luego las circunstancias, personajes que entran y salen de la vida del protagonista (algún secundario menor puede que participara en el rodaje durante cuatro o cinco años).
Es imposible no sentirse identificado no ya con los personajes, sino con una película que bucea en los atributos del ser humano como ninguna otra lo ha hecho antes, en tiempo real. Los que nacimos en los primeros noventa tenemos la  pequeña ventaja de estar generacionalmente muy cerca de Mason, apenas dos o tres años menor. Recuerdos de canciones, de videojuegos, de campañas electorales, nuestro pasado común en una película. Mientras nosotros hemos crecido también han crecido, y al mismo ritmo, Mason y Ellar Coltrane, que son solo uno.
Una pequeña intrahistoria personal: hace ocho o nueve años, cuando yo tenía unos catorce, mi profesor de guitarra me trajo, de un viaje a Texas, una púa y un llavero de un local de Austin (una de las localizaciones de Boyhood) llamado Antone's. Sin tener ni idea de ningún dato más sobre el local la púa ha pasado todos estos años en mi llavero, en el interior de mis bolsillos, desapercibida entre las llaves de mi casa. Viendo la película, en la escena del ensayo de una banda en un local de Austin, apareció en un curioso truco del destino el luminoso de Antone's, a donde Mason y su padre acuden para ver un concierto de un amigo. La púa escarlata que desde hace nueve años llevo en el bolsillo adquirió un significado que nunca pude imaginar que tendría. En fin, pequeños equívocos sin importancia.
Y luego está la música. Sería injusto (y falso) decir que es lo mejor de la película, pero vaya banda sonora, la banda sonora de una vida. Suenan y se referencian muchos clásicos de la mano del papel de Ethan Hawke, que en la película demuestra ser también un magnífico intérprete musical, pero el mayor tesoro se encuentra en el empleo de la música como línea cronológica, como marcapáginas de lo que llevamos de milenio. En los títulos de entrada suena Yellow, la mejor canción de Coldplay (año 2000), y durante el viaje vamos pasando por canciones que sonaban en nuestra niñez (Blink 182, Britney Spears), vanguardias y clasicismos de mitad de década (Beyond the horizon de Bob Dylan; cumbre la escena en que el padre le explica a Mason, sobre los acordes de la canción, el significado de Hate it here de Wilco) y llegamos a canciones y bandas de la actualidad (Black Keys, Arcade Fire, Vampire Weekend). Incluso en los títulos de crédito hay una última genialidad cuando suena Summer Noon, single del disco de Jeff Tweedy en solitario que ni siquiera ha sido publicado aún, un juego temporal que nos introduce en un futuro que está por llegar. El pasado en el presente, el presente inexistente y la incursión en el futuro, un viaje eterno. La historia más grande jamás contada, la de la vida. Eso es Boyhood.


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I try to stay busy
I do the dishes, I mow the lawn
I try to keep myself occupied
Even though I know you're not coming home


I try to keep the house nice and neat
I make my bed, I change the sheets
I even learned how to use the washing machine
Keeping things clean doesn't change anything


I hate it, I hate it here
When you're gone


miércoles, 3 de septiembre de 2014

The summer wind



No sé muy bien cómo empezar este post, ni tampoco cómo acabará. De hecho no estoy muy seguro de lo que quiero decir, ni siquiera si hay algo que quiera decir. Ando con la cabeza un poco perdida últimamente, discúlpenme, y un blog tiene algo de vía de escape, algo de barra de bar en la que el simple hecho de tomarte un par de cañas ya te reconforta, contándole tus desvaríos al camarero. Estamos en septiembre, y lo que suena es Big Star.


Desvarío 1 - Primera caña. En algún sitio leí que el power pop (Género de música popular que se inspira en el pop y el rock británico y americano de la década de 1960. Típicamente incluye una combinación de dispositivos musicales como melodías fuertes, voces claras y armonías vocales nítidas, arreglos económicos y riffs de guitarra prominentes; Wikipedia says) es la banda sonora del fin del verano y del comienzo (¡una vez más!) del viaje circular, del momento de rebobinar la casette. No creo que esta afirmación tenga ningún tipo de base científica más allá de que el principal himno de este género se llama September Gurls, pero es cierto que en unos días, cada vez más cortos, en que la nostalgia se confunde con la incertidumbre de los planes a medio hacer para el nuevo curso, las "melodías fuertes y armonías vocales nítidas" de Big Star o Teenage Fanclub se identifican con ese estado de transición en que uno conserva todavía el moreno en la piel pero el alma se prepara ya para el otoño. Quizá porque son canciones alegres y potentes que recuerdan las noches de veranos pasados, pero con matices melancólicos, gotas de saudade en las voces y en los solos. Un buen ejemplo en el 1:56 del siguiente tema, es un silencio de apenas una décima de segundo a mitad del solo a dos guitarras, un instante para coger aire, una especie de respiro en pleno septiembre, alegre y triste a la vez, profundamente nostálgico (aunque para escucharlo en todo su contexto pónganlo al menos desde el 1:27 hasta el 2:07, si es que la canción entera es mucho pedir).


Desvarío 2 - Primer doble, que una caña es poco. Hace miles de años escribí un post llamado Canciones Paralelas. El otro día me acordé porque, después de una agradable conversación nocturna en Twitter sobre cuáles son las mejores canciones de Quique González, estuve escuchando en bucle (un bucle largo de los de antaño) Suave es la noche, canción con título de novela de la Generación Perdida que mi interlocutora y yo coincidimos en situar en el Top 3 del madrileño. Y entonces lo vi, Suave es la noche es la Atlantic City de Quique González, como Atlantic City es la Suave es la noche de Springteen. Y son canciones paralelas porque son dos temas acústicos instrumentados de forma muy parecida (un par de guitarras y mandolina), ambas melodías juegan con la misma cadencia sobre los acordes de La menor y Fa, y al margen de tecnicismos se encuentran en dos discos acústicos (Kamikazes Enamorados y Nebraska) que representan la misma transición en los dos artistas, y en directo suenan ambas potentes y desgarradoras con las guitarras enchufadas. Porque son de las mejores canciones de dos de mis músicos preferidos. Porque siendo dos temas sencillos y acústicos son la definición del rock and roll.



Desvarío 3 - Segundo doble. Nos quedan los conciertos, que ya es suficiente, y no nos deben faltar. Entradas para Extremoduro en un par de semanas en Las Ventas; camiseta negra y minis en las tascas de la calle Roma. Entradas también para Quique González + José Ignacio Lapido avanzado noviembre; camiseta blanca y gin tonics. Y nos quedan los discos que están por salir: Neil Young, Jeff Tweedy y Lucinda Williams.




Desvarío 4 - Copa de Ribeiro. El otro día vi en Clamores con Jordi a mi maestro en esto del rock, el gran Paco LeGoffic (7 años en la escuela, casi nada), acompañando a una banda de funk. Jordi y yo cerramos proyectos, de los buenos. Pero eso es secreto todavía.




Desvarío 5 - Copa de Oporto. Se ha ido Xabi Alonso. Nuestro 14, el dorsal de los dioses. Contaba Quique González que cuando se fue Redondo se plantó una mañana en el Bernabéu con su camiseta a protestar por su marcha, y que dejó la camiseta allí. En un primer momento pensé en hacer algo parecido, pero entonces leí el "Rock and Roll en el fútbol y en la vida" de Jabois en El Mundo y el "Xabi Alonso" de Gistau en el ABC y abandoné tan estúpida resolución. Y es que cómo no le vamos a querer.




Desvarío 6 - Chupito de tequila. He acabado hablando de Quique González en solo 3 de los 5 anteriores desvaríos. Me estoy reformando, la medicación funciona.




Desvarío 7 - Gin tonic (nada de bayas, hierbas ni flores; Beefeater, Schweppes, tres hielos y, si eso, una tira de limón). Y he acabado convirtiendo estas líneas, una vez más, en el post estándar de este blog, a falta de que les hable de los  libros que he leído últimamente. Pues para no hacer el feo recomendaré los mejores que han pasado por mis manos estos dos últimos meses estivales:

- Que empiece la fiesta, de Niccoló Ammaniti. Cuentan que es el libro que inspiró las escenas de las excéntricas fiestas que se celebran en La Gran Belleza, en las que se retrata la decadente alta sociedad romana. Novela divertidísima donde las haya.

- La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, de Antonio Tabucchi. Imprescindible para quien le haya gustado Sostiene Pereira. Una interesante trama policíaca, algo más cruda y no tan idílica como Sostiene pero igualmente recomendable. También leí un libro de cuentos de Tabucchi llamado Pequeños equívocos sin importancia, algunos de los relatos son auténticas joyas.

- El diario del ron, de Hunter S. Thomson. La crónica del viaje hacia lo desconocido, hacia el descubrimiento de uno mismo sin siquiera planteárselo, que al protagonista (alter ego del autor) le lleva a bacanales y aventuras en Puerto Rico. Como Like a Rolling Stone hecha novela.

- El cuento de la isla desconocida, de José Saramago. Es una sensacional fábula sobre el hombre, la vida y los sueños, dudo que sea necesario dar más información. Se lee en apenas media hora, tras la cual uno es mejor persona.

Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre en Libros del KO. Es el relato sentimental de la historia del Tour de Francia brillantemente narrado por el bueno de Ander. De necesaria lectura para los que, además de con hacer el Moonwalker, soñamos con escaparnos en solitario subiendo el Tourmalet.



Sucede que, al final, todo lo que no sabes cómo va a terminar acaba contigo de la misma manera: borracho. Salud, amigos.


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The summer wind came blowin' in from across the sea
It lingered there, to touch your hair and walk with me
All summer long we sang a song and then we strolled that golden sand
Two sweethearts and the summer wind

Like painted kites, those days and nights they went flyin' by
The world was new beneath a blue umbrella sky
Then softer than a piper man, one day it called to you
I lost you, I lost you to the summer wind

The autumn wind, and the winter winds they have come and gone
And still the days, those lonely days, they go on and on
And guess who sighs his lullabies through nights that never end
My fickle friend, the summer wind

lunes, 11 de agosto de 2014

En lo desconocido


La noticia musical de esta semana de verano es de lo más curioso. Tom Petty, que lleva cuarenta años ininterrumpidos en el top ten de las estrellas del rock (mérito apenas compartido con los Stones, Dylan, Neil Young y Springsteen) acaba de ser número 1 en las listas de ventas por primera vez, con un disco -Hypnotic Eye- que aunque bueno, muy bueno incluso, no deja de ser menor en su carrera. Y la cosa no acaba ahí, es que el  actual número 2 del Billboard es un disco de Eric Clapton de homenaje a J.J. Cale en el que participa también Tom Pettty. Es decir, que el autor de algunas de las melodías fundamentales de la historia del rock, que ha hecho obras tan excelsas como Full Moon Fever, Damn the Torpedoes o Wildflowers (que, inexplicablemente, nunca llegaron a lo más alto), ya en la madrugada de su carrera coloca un disco propio y otro ajeno en lo más alto de las listas de ventas. Probablemente esta noticia al viejo Tom se la traiga al pairo, ya que nunca ha sido una estrella de primera plana (si le mentas aquí en España te suelen poner una cara como la de Messi tras la final del Mundial), y como guardián de las esencias de un rock antiguo y primordial, de cuando se edificaron los cimientos de las civilizaciones, está por encima de esta clase de menudencias. A todo esto, Hypnotic Eye es un discazo en el que Petty suena más como siempre que nunca, un máster de rock clásico.
Cuarenta años ha tardado Tom Petty en llegar al número 1, los mismos que Moisés en llegar a la tierra prometida. Mejor eso que nada, hay quien se muere sin beber del néctar de la gloria. Como contaban mucho mejor que yo Miguel en Howlin' at the Moon o Josh Lyman en El Ala Oeste, la música de Blind Willie Johnson fue enviada en la Voyager 1 al espacio exterior, junto a sonidos e imágenes representativos de nuestro planeta, a la espera de que en un lejanísimo futuro alguna civilización lejana dé con ellos, y todo esto muchos años después de que el pobre Willie muriera en la extrema pobreza. Blind Willie se quedó ciego a los siete años después de que su madre le rociara con ácido porque su padre se acostó con otra, pasó una vida de penurias en los cruces de caminos del sur de Estados Unidos a la sombra de Robert Johnson y murió a los cuarenta y siete años, enfermo y sin un centavo, durmiendo entre cartones mojados, pero su música atravesó en 2005 el frente de choque de terminación, la frontera entre el Sistema Solar y la inmensidad desconocida, y ahora viaja, por el fin de los siglos, en el objeto humano que más lejos haya llegado nunca. En algún momento nosotros nos extinguiremos y la Tierra desaparecerá por completo, pero la Voyager seguirá surcando los caminos del espacio dentro de millones de años, y si en algún momento muy remoto alguien diera con la sonda y consiguiera descifrar el disco de oro que transporta se podrá hacer una idea de cómo era la civilización que envió esa música a lo desconocido escuchando el lamento de Blind Willie Johnson en Dark was the night (cold was the ground). Tom Petty llegó en vida a número uno, cierto, pero el ciego y pobre Blind Willie Johnson es inmortal y su música suena en las estrellas.

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Past my days of great confusion
Past my days of wondering why
Will I sail into the heavens
Constellations in my eyes

Hey yeah yeah
In the dark of the sun
We will stand together
Yeah we will stand as one
Oh in the dark of the sun

sábado, 12 de julio de 2014

Before rock's just part of the past

El rock, la música de nuestra vida, está en vías de extinción, al menos tal y como lo conocíamos. Hace unos años, creo que después de la muerte de George Harrison (o quizás fue la de Johnny Ramone), ese abyecto animal llamado el Sevilla pronunció una frase simpática y llena de cariño en un insólito arrebato de lucidez: "Beatles 2 - Ramones 3". Hoy ha terminado ese partido y los de Nueva York han ganado 4-2, ya que con la muerte de Tommy desaparece el último superviviente de la formación original de la banda. Es cierto que hubo unos cuantos Ramones más que se fueron sustituyendo unos a otros antes de la muerte definitiva del grupo en los noventa (al finado Tommy le reemplazó Marky en el 78), pero en lo que a su más mítica plantilla se refiere, la de Blitzkrieg Bop, la del CBGB y la foto delante de un muro de ladrillos del Village, la de los nombres que rodean el águila que mira la rama de olivo (así está en tiempos de paz, en tiempos de guerra miraría al bate o, en su caso, a las flechas), se puede decir que hoy, 12 de julio del año 2014 de nuestra era, los Ramones se han extinguido. Muchas leyendas del rock han abandonado el edificio desde que un día se estrellara el avión de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper, pero si no me equivoco los Ramones son la primera de las más grandes bandas del rock que desaparecen por completo (creo que algún Lynyrd Skynyrd sigue dando bolos por ahí; y Big Star están al límite, muertos sus tres miembros clave (Chilton-Bell-Hummel) queda solo Jody Stephens, el batería original).
Qué grandes eran, joder, y aunque ninguno de ellos fuera un prodigio en su instrumento fueron cruciales para la música: anticiparon el punk, hicieron melodías míticas solo con tres acordes de quintas, recuperaron las chaquetas de cuero y patentaron el ¡one, two, three, four! como señal de inicio cuando aún no se había apagado del todo la última nota de la canción anterior. Dominaron, más de lo que nadie dominará nunca, el noble y sagrado arte de la canción de dos minutos y medio, por eso sus conciertos tenían entre treinta y cuarenta canciones, ¡nada menos! De hecho, el Loco Live (grabado en Barcelona) es el único disco que ha sido capaz de doblegar a mi minicadena, incapaz de reproducirlo por tener demasiadas pistas (unas 35).
Los Ramones ya son solo su legado, su historia, nostalgia pura. Tristemente, empieza el fin de la época clásica de las bandas de rock. Vaya año que llevamos (y en concreto vaya semana, Di Stéfano y el último Ramone en apenas cinco días; sic transit gloria mundis).
Allá va mi top de los Ramones, que a las leyendas del rock hay que despedirlas con rock:

1. Do you remember rock and roll radio.
2. The KKK took my baby away.
3. I wanna be sedated.
4. Blitzkrieg bop.
5. I wanna be your boyfriend.
6. Havana affair.
7. Judy is a punk.
8. Today your love, tomorrow the world.
9. Beat on the brat.
10. 53rd and 3rd.

Bonus track: Tom Waits - The return of Jackie and Judy. De ese memorable disco de tributo a los Ramones llamado We are a happy family. Qué grande hay que haber sido para que te versionen en un mismo disco Waits, U2, Metallica, RHCP o Kiss.

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Do you remember Hullabaloo,
Upbeat, Shinding and Ed Sullivan too?
Do you remember rock'n'roll radio?
Do you remember rock'n'roll radio?
Will you remember Jerry Lee,
John Lennon, T. Rex and OI Moulty?
It's the end, the end of the 70's
It's the end, the end of the century

Do you remember lying in bed
With your covers pulled up over your head?
Radio playin' so no one can see
We need change, and we need it fast
Before rock's just part of the past
'Cause lately it all sounds the same to me
Oh oh oh oh, oh oh


Rock n', rock and roll, radio, let's go!
Rock n', rock and roll, radio, let's go!

- This is rock and roll radio. Stay tuned for more rock and roll.

miércoles, 25 de junio de 2014

Simpatía por los Stones


Una vez más tocan los Rolling Stones en Madrid y yo no voy a ir. Los 100 pavos que cuesta la entrada decente más barata escapan a mi presupuesto de manera excesiva. Y teniendo en cuenta que ya les vi hace siete años tampoco me va a suponer un trauma irme de cañas a la  hora del concierto. El telonero es Leiva, que muy bien, pero sin ánimo de fardar (bueno, un poco sí) cuando yo les vi en el Calderón los teloneros fueron Loquillo y JET (los australianos de Are you gonna be my girl). Como solo sucede cuando tocan en España los Stones o Bruce Springsteen, el ruido mediático que se genera por medios especializados y generalistas es ensordecedor, capaz de agotar a cualquiera a la primera de cambio. Supongo que si ocurriera lo mismo con los conciertos de Madonna, J-Lo o David Guetta, la ira me haría apagar la tele, arrojarla por la ventana, quemar sus restos y alimentar con sus cenizas a una piara de cerdos. Pero por suerte no es así, y parece que solo los  grandes rockeros jurásicos que nos gustan son capaces de movilizar tantas redacciones de periódicos, lo cual, aunque peligroso debido a la habitual mala calidad del contenido de las noticias, no deja de ser mínimamente reconfortante: dejad de hablarme de una puta vez de la Infanta o del matrimonio Casillas-Xavi y poned un poco de rock and roll.
Dando una vuelta por la vorágine de reportajes, especiales y demás reseñas que se están haciendo por la visita de sus majestades, me encontré una más de las miles de listas de "las 10 mejores canciones de los Stones" en una revista mínimamente respetable como, valga la redundancia, Rolling Stone. Y he de decir que me sorprendió para bien, ya que yo entré a la web como entro a los bares de la calle Huertas, esperando encontrarme clásicos facilones y evidentes hasta para el público más inexperto, pero aunque contenía alguna concesión obvia como Satisfaction o Angie ni mucho menos era una mala lista. Repasa dignamente los mejores discos de la época dorada de la banda, y combina bien himnos como Sympathy for the Devil o Jumping Jack Flash con temas más complejos como You can't always get what you want (que no deja de durar 7 minutos y medio) o  Gimme Shelter, la primera de la lista. Incluía hasta algún guiño a frikis como Can't you hear me knocking, tema secundario del Sticky Fingers. Con todo y con eso, un seguidor irredento de los Stones que posee un rincón en el ciberespacio como es este blog no puede dejar escapar la ocasión de contestar a esa lista con la suya propia. Aunque la hago totalmente cegado por la subjetividad y los prejuicios, defenderé estas 10 canciones hasta que mi contrincante o yo fallezcamos en duelo. Venga, anímense, que no soy tan bueno con la espada.

1. Dead Flowers.
2. Shine a Light.
3. Beast of Burden.
4. You can't always get what you want.
3. Salt of the Earth.
6. Brown Sugar.
7. Tumbling Dice.
8. Love in Vain (que sí, que es de Robert Johnson).
9. Gimme Shelter.
10. Moonlight Mile.

Bonus track para los fieles:
- Thru and Thru. Aunque hay muchas, muchísimas canciones de los Stones que querría sumar a la lista, elijo esta, que empieza con la voz de Keith acompañado solo de unos leves riffs en su guitarra. Y la elijo porque, aunque era un tema que a mí me gustaba sin más, cuando la escuché al final del último episodio de la segunda temporada de Los Soprano (en la escena de la graduación de Meadow, tras la detención de Tony y el ajusticiamiento de Pussy) se me puso la piel de gallina como pocas veces delante de la tele. No dejen de ver el vídeo y disfrutar de la escena entera, no tiene desperdicio.


PS- Hoy 25 de junio, el día en que le dijeron al Amargo que fuera aprendiendo a morir, nos deja, además de Ana María Matute, el gran Eli Wallach, más conocido como Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez. No pierdan ocasión de salir esta noche a las tabernas a empinar al codo a la memoria de ambos. A buon'anima.

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Well when you're sitting back in your rose pink Cadillac 
making bets on Kentucky Derby day, 
ah, I'll be in my basement room with a needle and a spoon 
and another girl to take my pain away. 
Take me down little Susie, take me down, 
I know you think you're the queen of the underground,
and you can send me dead flowers every morning, 
send me dead flowers by the mail, 
send me dead flowers to my wedding, 
and i won't forget to put roses on your grave.

sábado, 14 de junio de 2014

Campeones del mundo de sueños rotos


El Mundial de fútbol ha empezado. Yo nunca fui muy amigo de los manidos tópicos que emplean los que identifican las etapas de su vida con el transcurso de los mundiales, planificando su calendario vital conforme al de la FIFA. Pero nena, algo de razón tienen. A los que nos gusta esto nos sucede que desarrollamos una memoria prodigiosa para los partidos de la Copa del Mundo y todo lo que les rodea, desde los detalles más absurdos del juego, como el medio corte de pelo de Ronaldo en Japón, hasta los episodios que estaban teniendo lugar en nuestras propias vidas. Si además uno es hincha de un equipo podrá evocar sensaciones similares con las finales a que este llegue o las eliminatorias europeas en que se embarque. Por tanto, si la providencia es mínimamente benévola y uno es seguidor del Real Madrid, está irremediablemente condenado a construir un imaginario cronológico continuo de recuerdos y emociones desde su infancia. Ando estos días con Fiebre en las Gradas, sensacional relato futbolístico-autobiográfico de Nick Hornby (a quien se venera en este blog por Alta Fidelidad). Hornby repasa su existencia en este mundo a través de sus vivencias en Highbury como hincha del Arsenal desde que era apenas un crío. Y uno se pregunta, ¿hasta qué punto esos recuerdos son reales? ¿Puede un niño de 6 años saber de la trascendencia del gol de un montenegrino a unos italianos en una final en Holanda? ¿O ha escrito esa fantasía en su cabeza, con el transcurso de los años, a fuerza de ver una y otra vez las cintas que regalaba el Marca con el partido grabado los días posteriores al partido? ¿Son puros entonces nuestros recuerdos, o el tiempo los adultera y los convierte en lo que, idealmente, nuestro yo del  presente habría soñado que fueran? Supongo que en realidad da igual. Los nostálgicos miramos tanto por el retrovisor que a veces perdemos el sentido de por qué lo hacemos, y vemos directamente lo que queremos ver. Quizás, después de todo, la memoria sea solo un truco.


El caso es que los primeros recuerdos de mi vida son de unos jugadores de blanco en un campo de fútbol. A mí me llevaron por primera vez al Bernabéu la temporada anterior a la Séptima, a ver un Madrid-Atleti. Conozco a los jugadores que estaban en el campo (Hierro, Redondo, Panucci, Simeone, Pantic...) por lo que he conocido después. Sé del resultado y de la fecha (14 de junio del 97, jornada 41, 3-1, goles de Raúl, Hierro, Pedja y Esnáider; el Madrid de Capello ganaba matemáticamente la liga al Barça al solo necesitar un punto) porque lo he comprobado en Google. Aquel día yo solo era un niño de cinco años, y recuerdo un estadio lleno hasta la bola, el griterío, los cánticos, las banderas y bufandas flameando en el viento de Chamartín. No recuerdo los goles, la trascendencia del resultado, la felicidad añadida de ganar el título ante el Atlético ni los aderezos deportivos de la victoria, supongo que estos vienen con el tiempo. Pero sí recuerdo el ambiente, y si no sus detalles al menos sí su presencia, que es uno de los ingredientes clave de la experiencia futbolística. Recuerdo haber ido a algún partido más antes de la explosión que supuso ganar la Copa de Europa, como un Real Madrid-Extremadura; supongo que yo consideraría algo normal eso de enfrentarse al Extremadura, quizás hasta pensara que los equipos se llamaban por el topónimo de su región de procedencia y no por el de su ciudad. Todo cambió en la primavera siguiente. Aparte de los dos partidos citados y de un atropello que sufrí cuando un caballo desbocado me derribó y saltó por encima, también por esa época, las primeras imágenes nítidas que tengo de mi propia vida son de esos meses, entre abril y junio, del año de la Séptima, 1998. En semifinales de la Champions jugamos contra el Borussia de Dortmund, y las vallas que aún rodeaban el césped del Bernabéu cedieron al empuje de los Ultras Sur, derribando la portería. La voz de José Ángel de la Casa en el televisor, prolongándose durante el tiempo que tardaron en ir a la Ciudad Deportiva a por otra portería y la posterior victoria del Madrid; el pase a la final contra la Juve, el gol de Mijatovic ante Peruzzi, el pelotazo de Suker desde el centro  del campo con el pitido final, son todos recuerdos indelebles en los que uno, de nuevo, confunde el componente real con el soñado, pero que en tanto que indelebles perduran por siempre en la mente y en la retina. Ámsterdam. El Ámsterdam Arena. Probablemente fuera la primera vez que tuve conciencia de esa ciudad maravillosa a la que iban los equipos a ganar la Copa de Europa. ¡Qué carajo! ¡A la que iba el Madrid a ganar la Copa de Europa! Entre mis seis y mis diez años el Madrid ganó la Champions tres veces, ¿cómo iba a imaginar que los demás tenían derecho a ganarla sin que llegara el Madrid al año siguiente a recuperarla? En el 2000 supe, porque mi hermano fue a la final París y me trajo una bufanda y una gorra de recuerdo, que Ámsterdam tan solo era una más de las ciudades en que el Madrid reconquistó el trono de hierro, que fue consolidando hasta la volea de Zidane en Glasgow y que nos mantuvo los estómagos llenos un tiempo. Fue un shock que, después de las experiencias de 1998, 2000 y 2002, mi equipo no ganara la Copa en 2004. Supuse que fue un cruel error del destino, una hecatombe iniciática: en el fútbol a veces, pero solo a veces, no ganaba el Madrid, así que esperé hasta 2006. De nuevo no ganamos, y he ido prolongando esta agonía bienal tan propia de un hincha del Atleti hasta 2014. Si las cuentas no me fallan, el Real Madrid me debe cinco Copas de Europa, las correspondientes a los años pares que median entre la Novena y la Décima. Y como no perdono las de los próximos años pares, calculo que para 2025, ganando todos los años de forma consecutiva, el Madrid podrá permitirse perder otra Champions habiendo saldado las deudas que tenemos pendientes.


Pero veo que se me ha ido la mano, una vez más, hablando del Real Madrid, cuando yo lo que quería era hablar de los mundiales (en la línea 5 ya me he desviado). Para eso hay que volver a 1998, a la fase de grupos del Mundial de Francia. España juega ante Nigeria un partido clave si quiere mantenerse viva. Debía de ser fin de semana, porque mi casa se llenó de primos, tíos y gentes de cien mil raleas para la ocasión. Había una suculenta merendola al estilo de los últimos noventa en una familia andaluza residente en Madrid: medias noches del Mallorca, embutido con ochos, latas de cerveza compartidas (dos para cada tres) y la vajilla de la Cartuja, la buena, en la mesa de los mayores. Ese día, del que ya hablé una vez en este blog empleando la frase que más orgulloso estoy de haber escrito en mi vida (seguramente la escribiría borracho), conserva aún ahora, dieciséis años más tarde, un regusto imborrable de tragedia. En el fútbol yo solo recordaba por esas fechas una liga ganada conmigo mismo en el Bernabéu y una Copa de Europa conseguida apenas un mes antes en la todavía mitológica Ámsterdam. Y en ese partido llega un tal Zubizarreta que, ante un pase de la muerte sin mucha fe, no decide otra cosa que arrojarse al abismo para desviar el balón hacia su propia portería. ¿Qué clase de blasfemia era esa? ¿Por qué, Andoni? ¿No sabías que jugabas con los recuerdos de toda una generación de madridistas que, en nuestra exigua trayectoria vital, solo habíamos conocido la victoria? ¿Por qué lanzaste ese brazo hacia el balón para que, de la manera más humillante y execrable, con un gol en propia meta, un niño de seis años tuviera conciencia de la derrota, del mal en el mundo, de la injusticia y de la amargura de la muerte? "Yo creía en Dios porque pensaba que Dios era del Real Madrid" dice Jabois, y la fe se reafirmó esa tarde al ser testigo de que sin Madrid no había victoria, que eso que llamamos Selección Española iba a ser un pañuelo de amargura hasta el fin de mi vida. El Mundial del 98 colocó en mi pecho la primera piedra de lo que espero que algún día sea un hombre, fue una puñalada severa a la candidez de un niño, una borrachera de realidad demasiado precoz. Con todo, es el primer campeonato del que yo empiezo a tener recuerdos más o menos estructurados del fútbol, tarea que facilitó Panini con su álbum de cromos del Mundial. Las selecciones balcánicas con su juego de calidad: la antigua Yugoslavia con nuestro Mijatovic, Darko Kovacevic, Savo Milosevic o Stankovic (siempre había un Stankovic); la reciente Croacia con nuestro Suker, Prosinecki y Jarni (a propósito de este último, por ahí empezó también una extraña simpatía que aún mantengo por el Real Betis, en el que también estaba uno de los verdugos nigerianos como Finidi George). Luego estaba Brasil, de cuya leyenda todo el mundo hablaba, y que parecía como una mezcla entre el coco, el hombre del saco y Jack el Destripador, un equipo imposible de batir. Pero vaya, Ronaldo, Rivaldo, Roberto Carlos, Denilson (Betis again; en su día, el fichaje más caro de la historia) Cafu,  Ze Roberto y demás jugones no pudieron con Francia en la final. Ese partido lo vi en la casa del campo con abuelos, primos y toda la tropa. Francia ganaba el primer Mundial que yo recuerdo, que era también el primero que ganaban en sus francesas vidas, y ese país adquiría para mí un aura de terrible grandeza que, por mucho que la razón me diga lo contrario, me sigue atenazando cuando nos enfrentamos a ellos tanto en fútbol como en baloncesto, balonmano, tenis, crícket y hasta en ping pong. Recuerdo muy bien a Lizarazu, la melena rubia de Petit, el gigante Thuram, a nuestro Christian Karembeu, la calva de Barthez, la copa levantada por Deschamps y, cómo no, un señor con aspecto de fraile que llevaba el 10 a la espalda. Eso era un grupo salvaje. Perdida mi inocencia en la fase de grupos, Francia se revelaba ante mis ojos como el equivalente al Real Madrid a nivel de selecciones. Habiendo ganado ellos todos los mundiales que recordaba, ¿cómo no desarrollar cierta francofilia? Luego supe que no, que si quería haber sido madridista en los mundiales tendría  que haber ido con Italia o Brasil, pero fue en estas que llegué al Mundial de Corea y Japón esperando de Francia lo que no esperaba de mi propia selección. Primer directo en la mandíbula. Francia, que venía de ganar Mundial y Eurocopa, pierde el partido inaugural contra Senegal, solo saca un punto de la primera fase y es vilmente eliminada. España era otra cosa, ahí había un gran equipo, nutrido a base del EuroDépor que había ganado la Liga, del Valencia que había llegado a dos finales seguidas de Champions y de las mejores versiones históricas de Raúl y Casillas. Con Valerón y Mendieta merecíamos llegar muy lejos. Esta vez nos encontramos a un rival nuevo, desconocido para mí: el árbitro. Ese balón que nunca salió por el fondo en la carrera de Joaquín por el extremo derecho y que Morientes remató dentro es difícil de olvidar. Un egipcio le regaló a Corea del Sur, la selección local, el acceso a semifinales. Puede que no hubiéramos pasado de allí, puede que Alemania nos hubiera humillado antes de llegar por primera vez a la final, pero ¿y si hubiéramos pasado? La historia de nuestra vida la forman también todas las cosas que no pasaron nunca, porque nuestros sueños son tan parte de nosotros mismos como nuestra propia realidad. Ganó Brasil, esta vez sí, en una final que yo vi en El Encuentro, en la cuesta Baena de Puente Genil. Era oficial, en lo que a selecciones se refiere, fui educado en la derrota. La había vivido en sus dos vertientes, la del equipo que se pega un tiro en el pie y merece ser deportado de vuelta a casa y la del que juega bien y mete goles pero que un sino cruel y despiadado encarnado en un árbitro egipcio le impide pasar de ronda.


Antes del Mundial de 2006 vino la Eurocopa de Portugal. Por aquella época mis padres tuvieron algún negocio en Lisboa y Coimbra, y transformé mi denostada francofilia en una filiación por Portugal que se explicaba porque eran vecinos, conocía el país de varios viajes acompañando a mis padres, fue la primera selección de la que tuve una camiseta oficial y, cómo no, porque tenían a Figo. Aunque una Eurocopa no se vive ni de lejos como un Mundial y ante una nueva derrota de España, que ya no me sorprendió, fue una auténtica pena ver cómo me despojaba de mi legítima Eurocopa con los colores de Portugal una selección como Grecia. Si no ganaba España, el Real Madrid, Francia, Brasil y ni siquiera la local Portugal, ¿qué clase de broma era que ganara una banda como Grecia? A esta pregunta no le he encontrado respuesta aún. Llegó Alemania 2006 con sus estadios modernísimos, sus Nike Total 90 y una Selección Española a cuya derrota yo ya me resignaba. En el colegio nos pusieron un España-Ucrania (creo que arrasamos 4-0) y un España-Arabia que también ganamos. La cosa no pintaba mal del  todo. Incluso después de que nos tocara Francia en octavos, el gol tempranero de Villa nos hizo a todos creer que pasábamos. Pero delante estaba el fraile del 10, y este era su último torneo. Con él en el terreno de juego, Francia no perdió nada. Luego llegó el famoso cabezazo a Materazzi, los penaltis y la historia que todos conocemos. Yo estaba entonces en un campamento de verano en Segovia, y lloré desconsoladamente. Zidane, el mago que tan felices nos había hecho, en el único arranque violento grave que se le recuerda, pone fin a su carrera con una expulsión en la final de un Mundial. Pero como Zidane es más grande que la vida, ¿de qué imagen de Zizou nos acordamos? ¿De la de Glasgow o de la de Berlín?


A partir de ahí ya hay poco misterio. España se levantó un día y decidió que ya era hora de ponerse a ganar. Todo lo que hemos sido desde entonces se debe, por encima de cualquier otro nombre, a Luis Aragonés. Cuántas portadas del Marca en su contra, cuántos "Raúl selección" soportados. Luis fue el que lo cambió todo en Austria. Sudáfrica fue una consecuencia lógica de una dinámica tan irresistiblemente ganadora que no había quien pudiera con nosotros. En cierto modo, fue una especie de inercia desde la final de Johannesburgo la que aún nos permitió ganar la última Eurocopa, y que está por ver si nos dará este Mundial (lo fácil ahora, visto el debut de España en Brasil, es apostarlo todo en contra. Pero oye, y por qué no vamos a llegar lejos; si hay alguien capaz de resurgir de sus cenizas es este grupo, sobre todo si nos encomendamos a los que más ganas de victoria demuestran, como Alonso, Ramos, Diego Costa e Iniesta). Ángel del Riego decía esto a propósito del Real Madrid: El camino se hace al andar y la solución final es la victoria. Y cuando se gana, seguimos para volver a ganar. Si se pierde, claro, no tenemos máscaras suficientes para sobrellevar la derrota. No hay dignidad ni romanticismo en la derrota del Madrid. Siempre ha sido así. En este juego no se me ocurre mejor filosofía, o mejor dicho, actitud. Podríamos aplicarla a la Selección, ahora que España estaba aprendiendo a ser dueña de sí misma.


Austria y Sudáfrica fueron episodios muy dulces que yo viví ya con plena implicación: emborrachándome con mis amigos. Cualquiera diría que el timing fue perfecto. Pertenezco a una generación, la nacida al filo de los primeros noventa, a la que dio tiempo a ser educada en el hambre futbolística, en la expectativa por cumplir. A veces pienso en los chavales que ahora tienen diez, doce o catorce años, ellos solo han vivido esta Selección con Casillas alzando trofeos al cielo. Me resulta algo familiar, revivo en cierta manera lo que yo viví con mi equipo entre la Séptima y la Novena. Entonces me imagino el dolor de estos chavales cuando España emprenda su camino de Damasco y se caiga del caballo, porque ese momento, esperemos que lo más tarde posible, llegará. Espero al menos que esa cantidad de niños del Atlético, del Betis, del Levante o del Sporting que esperan cada éxito de la Selección como la llegada de los Reyes Magos, después de llorar la pena, guarden esta etapa en su memoria y, con el paso del tiempo, la coloreen con sus propias vivencias, porque la memoria después de todo, es solo un truco.

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El campeón va a volver,
siempre tiene alguna razón.
El campeón sabe bien
cómo ha de coger el timón.

Viajando en tren express se imagina algún paisaje mejor,
viviendo de alquiler en pensiones con teléfonos rotos.
Y rubias de ciudad llegaban en el autobús
a pedir una oportunidad
y un turno de ocho horas
esperando que llegue el campeón.

Piel de tambor, una y ¡zas!,
creo que tendremos marrón.
El campeón tira a dar
pero no le queda más chance.
Y en el segundo round ya sabía que caería redondo,
cuando se fue la luz,
campeones del mundo de sueños rotos.

lunes, 9 de junio de 2014

La difícil, la que usa el salmón


El rock and roll, ya lo dijo Loquillo, es esencialmente actitud. El rock siempre ha tenido un componente transgresor y reivindicativo, una oposición al orden establecido que se remonta a los movimientos pélvicos de Elvis. Sin embargo es de agradecer que, en tiempos tan convulsos y agitados como los que vivimos, haya artistas que dentro de una vorágine sociopolítica rupturista encabezada por nacionalistas, antimonárquicos y tertulianos venidos a más se manifiesten a favor del orden constitucional, desmarcándose de los que quieren apropiarse del rock para su discurso de camisetas verdes en la Puerta del Sol. No deja de resultar paradójico que lo rompedor ahora mismo dentro del rock and roll sea posicionarse a favor de la unidad del Estado o de la forma de gobierno. En el panorama musical español actual son pocos los que reniegan de la indignación de tipo 15M y se indignan ante el aparente pensamiento único de los músicos. Puede que tenga razón José Antonio Montano en un tuit que publicó el otro día, "en este país solo existen dos rockeros, Loquillo y Andrés Calamaro".


El viernes pasado vi a Calamaro en Pamplona. Un día antes había publicado en su web un alegato en favor de la monarquía parlamentaria y de agradecimiento al rey Juan Carlos"¡Viva el Rey! Lo grité pudorosamente ayer tarde y lo repito hoy. Si el rock tiene reyes y la tauromaquia los tiene, España tiene uno en tránsito hacia una jubilación real. Prometí lealtad a este señor cuando me fue dada mi segunda nacionalidad y aquí estoy respetando lo prometido. Por izquierdas no me corre casi nadie, ni siquiera el coletas". Por supuesto se lió la mundial, los sectores más izquierdosos de la opinión pública le acusaron de súbdito de los Borbones y de fascista, todo ello por defender el orden constitucional que él voluntariamente eligió respetar. Volviendo a Pamplona, el pánico cundió entre el público de la Ciudadela cuando Andrés dijo "esta canción se la vamos a dedicar a nuestro legítimo rey", horas después de su manifiesto, y durante unos tensos segundos de silencio alguno ya estaba desenfundando pistola y cuchillo, pero calmó las aguas al continuar con un "Diego Armando I, su majestad de la zurda". Sí hubo algunos pitos aislados por parte de el sector más borroka de Iruña cuando dedicó Días Distintos a la fiesta taurina, con imágenes de Morante, Talavante y Manzanares en la pantalla gigante. Mientras algunos se dedicaron a silbar a un músico al que habían pagado por ver, yo vi un derroche de energía brutal en un concierto muy grande con un repertorio lleno de clásicos, brinqué con Maradona y Sin Documentos, me abracé a mis amigos para corear Estadio Azteca, me emocioné una vez más con Paloma, la mejor canción escrita en nuestra lengua, y también con el apoteósico final con Los Chicos, en que en el vídeo aparecieron imágenes de recuerdo, entre otros, a Paco de Lucía, Enrique Morente, Antonio Vega y Enrique Urquijo. Me gusta Pamplona, la calle Estafeta y los pinchos de Okapi, con mis amigos de allí y los de aquí. Me gusta el rock y me gusta Calamaro; me gustan el "vivir dos veces" y el "algo que tener que no muchos tenemos". Y me gustan los versos de José Hernández en Martín Fierro que el Salmón dice al final de Estadio Azteca:

Gracias le doy a la Virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.



PD: Si no me equivoco, con este post hacemos 50. Gracias, de verdad, a los que estáis ahí. Salud y rock and roll.
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Siempre seguí la misma dirección,
la difícil, la que usa el salmón.
Siento llegar el vacío total,
de tu mano me voy a soltar.
Dame dame dame un poco de tu amor,
yo a cambio te ofrezco una montaña  de horror.
Dame dame dame un poco de tu amor,
gimme, gimme, gimme.

viernes, 9 de mayo de 2014

La vieja escuela


Este mes de mayo tiene aroma de vieja escuela. Los astros se han alineado, la luna está en cuarto creciente y los acontecimientos que se presentan están trufados de clasicismo, de una nostalgia antigua y mística. Estos días viajamos en DeLorean a la niñez. Estoy hablando, cómo no, del Real Madrid y del rock, que son esencialmente la misma cosa, aunque a veces se difumine esta idea bajo tatuajes en el antebrazo o anuncios de champú anticaspa.

Vamos por partes. Los primeros recuerdos que tengo del Real Madrid, que se confunden con los primeros recuerdos que tengo de la vida, son imágenes de una portería cayendo en el Fondo Sur, cuando todavía en los estadios había vallas y el Bernabéu tenía ese aire de ring de boxeo, con Davor Suker encaramado a la alambrada como si fuera Jake LaMotta intentando saltar a Melilla. Imágenes de Redondo, de Ámsterdam, de Zidane en la trinchera enemiga. Todo eso quedó atrás, y tras la volea de Glasgow vinieron años de hambre y frío, pero sucede que el tiempo pasa y que el Madrid vuelve a su territorio natural, la final europea.  Just when I thought I was out they pulled me back in. Los madridistas vamos a Lisboa a por la Copa como Ulises volvía a Ítaca a por Penélope, dispuestos a matar pretendientes sin piedad. Lisboa, la ciudad de la melancolía: Ancelotti sentado en A Brasileira junto a Pessoa, Modric cruzándose con el reportero Pereira y Monteiro Rossi en Terreiro do Paço, frente al Tajo. La Décima debe ser nuestra por justicia poética. Los del Atlético que se queden con la Liga, con sus victorias en Vallecas, en Cornellá o en el Coliseum Alfonso Pérez, eso es lo que le pega a Gabi, Juanfran o el Cholo. 


Y luego está el baloncesto. Lo del año pasado, con Spanoulis ganando él solo una final, fue un entrenamiento magnífico para esta Final Four. Aunque no llegamos en nuestro mejor momento en Milán hay que salir a arrasar. En caso de duda dádsela al Chacho, y en caso de que a falta de 2 segundos vayamos perdiendo dádsela a Llul. Ellos sabrán qué hacer. Estas últimas tardes con Mirotic están impregnadas de la tristeza del joven de un pueblo de Connecticut al que en cualquier momento van a llamar al frente a combatir. Nosotros nos quedaremos en Madrid, corriendo hacia el portal pensando que va a volver, aunque realmente sea el cartero o un oficial de la Armada con un crespón, una cadena y una bandera doblada. Este Real Madrid fue construido para ganar la  Euroliga, veinte años después (quién dijo que veinte años no es nada), y si no lo consigue por lo civil debe hacerlo por lo criminal. La Novena debe ser nuestra por justicia histórica. Es hora de revivir la memoria de jóvenes airados.

Mayo ha traído también una sucesión de conciertos de sabor añejo que resucita a cualquier caído de la Movida. Nada menos que:
- Loquillo, mañana en la Riviera. Viene en el momento perfecto de la gira, después de haber grabado un concierto mítico en Granada. Y es Loquillo, es imposible, verle al 95 %, lo da todo hasta en las fiestas de los barrios, como en ese antológico concierto gratuito en La Elipa rodeado de puestos de buñuelos y algodón de azúcar. Y la otra vez que le vi en La Riviera la guardo en el top 3 de conciertos a los que he ido.
- Burning, miércoles 14 en las fiestas de San Isidro. Puede que solo quede uno de sus miembros originales, y puede que este, Johnny Cifuentes, sea un ególatra bastante repulsivo que anda peleado con la mitad del  rock español, pero son Burning, fueron grandes y a su recuerdo nos encomendamos para vivir una noche de camisetas negras, minis de calimocho, chupas de cuero y humo de canuto.
- Siniestro Total, viernes 23 en Penélope. No sé si en este punto el lector se hace suficiente cargo del carácter planetario de la sucesión de acontecimientos, que parece esto 1984. Pues sí, los Siniestro, una semana después de Loquillo y Burning y el día antes de la final de la Champions.
Si Dios quiere volveré en unos días por aquí a dar cuenta de la borrachera de nostalgia y panmadridismo que nos vamos a pegar con los hijos de la vieja escuela. Hasta entonces, salud y rock.


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Madrid, solo hay un secreto que me lleva hasta aquí,
que ha muerto el silencio en las calles de Madrid.
Alma de Ceesepe late muy dentro de ti.
Piérdeme, la muerte será dulce aquí en Madrid.

Cuando los gamberros tienen acceso al poder,
y cuando los dandis muestran su desfachatez,
cuando sus mujeres se han negado a crecer,
cuando la locura ha vencido a la vejez.

Madrid, llévame en tu coche a algún vicio por ahí.
Búscame en las ondas alguien que hable para mí.
Dile a Pepe Risi que ya puede sonreír,
él mató al silencio en las calles de Madrid,

sábado, 15 de marzo de 2014

Primer cajón de la estación de primavera

Es un buen momento, como cualquier otro, para darle algo de vida a este blog, que lo tenemos muy aparcado  últimamente. Estamos a mediados de marzo, los días son más largos, la gente se va atreviendo a sentarse en las terrazas y poco a poco las chicas van mostrando sus pantorrillas al sol, anticipando el regreso a los parques y a las bibliotecas de las universidades de los shorts vaqueros, ese imán de miradas lascivas que provoca que giremos rápidamente nuestro cuello al cruzarnos con sus portadoras, y la mayor amenaza para que los tíos podamos concentrarnos y ponernos de una vez a estudiar. El madridismo, que es ganar en primavera, se acerca a la contienda final con el fusil cargado, tanto en fútbol como en baloncesto. En abril y mayo, Sevilla y Córdoba tienen sus ferias, cruces, patios... en Madrid tenemos fútbol europeo. Estamos en año de Mundial y todavía no he decidido con quién voy a ir (en el de baloncesto, en el de fútbol hace tiempo que decidí que animaría a Portugal y a Croacia).


En el calendario de mi pueblo es sábado de transfiguración, pero yo estoy en Madrid. Esta noche me podrán buscar, después del  baloncesto y del fútbol, tarareando un pasodoble y subiendo en zigzag por la Cuesta de Moyano.
Murió Paco de Lucía. A mí, como guitarrista que intenta pegarle a todos los palos (y a todos les pego mal), la noticia me llenó de gran tristeza. 1 - Paco de Lucía, 2 - Jimi Hendrix, 3 - Jimmy Page, esas son mis máximas referencias guitarrísticas, pero Paco el primero, porque él cogió un género, lo llevó a su máxima expresión técnica y lo reinventó por completo, además de porque es tan nuestro como el pan con aceite o las cañas del domingo. Se han dicho y escrito cosas muy bonitas sobre su figura, pero lo que más me ha gustado ha sido esto de Antonio Lucas en El Mundo.
He descubierto algunas cosas nuevas. The Fakeband son una banda de Getxo que canta en inglés y suena como recién sacada del medio oeste americano. Buenísimos. También he estado escuchando en bucle Yo quemé a Gram Parsons, el EP de Víctor Sánchez, guitarrista de Lapido. Un pop rock suave, elegante y sin estridencias, adictivo. La lástima es que como tanto los unos como el otro son tan espantosamente minoritarios se antoja misión imposible conseguir sus CDs en formato físico. Yo, que soy un apasionado usuario de lo analógico, estoy por subcontratar al MI6 para que me encuentre los discos antes de que Spotify me demande por cortocircuitar sus servidores a base de escuchas.


Terminé A Sangre y Fuego, de Manuel Chaves Nogales -"Edu, solo lees a periodistas", me han dicho-, imprescindible. Ahora ando con unos cuentos de Raymond Carver, y mis libros favoritos siguen siendo El Principito y Novecento.
He arreglado las clavijas de mi vieja Ramírez (resulta que solo había que engrasarlas), suena mejor que nunca con cuerdas nuevas. He renovado, siete años después, mis gafas de ver, y me dicen que las nuevas son de postureo hípster (en efecto, el otro día paseando por Malasaña me sentí totalmente uniformado con el gentío), pero a mí me gusta pensar que se parecen a las de Woody Allen o,  remotamente, a las de Scorsese o a las que lleva Moe Greene al ser asesinado en El Padrino.


Estamos a marzo y los planes de verano se encuentran en mi fase preferida: organización sin ningún tipo de restricción presupuestaria, geográfica o moral. Ya nos cortaremos con los dos primeros criterios en junio, pero por ahora se habla de un coast-to-coast en furgoneta desde el Cabo de Gata hasta el Cabo de San Vicente (Algarve), 987 kilómetros de Mojácar a Sagres (donde la mejor cerveza portuguesa) con parada en Fuengirola, Conil, El Puerto, La Antilla y donde nos acojan. Volveremos a poner el Salitre48, a correr delante de porteros de Puerto Marina y a perpetrar noches míticas.

Lo que no estoy dispuesto a negociar de ninguna manera es el calendario de conciertos que se está cerrando para la temporada primavera-verano en la villa y corte, a saber:
- Abril: Leiva.
- Mayo: Loquillo, Siniestro Total y Calamaro (aunque este último coincide en fecha y hora con la final de la Champions, hay que ser cabrón; nos iremos a verle a Pamplona).
- Junio: Rolling Stones en el Calderón; a Robert Plant nos lo perdonamos porque viene con un rollito medio africano esotérico que da un poco de yuyu.
- Septiembre: Extremoduro en Las Ventas.
- Sin fecha los AC/DC.
Y todo esto sin contar la interminable gira de Quique González, con la que sería bonito coincidir de nuevo en algún lugar, el ukelele en la playa, los tablaos flamencos, las saetas cuarteleras e, incluso, las actuaciones propias (cantaremos unas coplillas modernas el 4 de abril en el Recuerdo, stay tuned).


Este pequeño resumen sesgado y brutalmente subjetivo da cuenta de que estamos entrando en una bonita etapa del año, así que vayan guardando el chaquetón, desempolvando las wayfarer y saliendo al parque a ver a las niñas en manga corta, que ya llega la primavera. Salud.

PD: No me he dado ni cuenta al principio, pero he conseguido titular dos posts seguidos con dos frases distintas de la misma canción (yo escribo lo primero el  título y los versos del final, y a partir de ahí voy hilando tonterías). Sonrisa estúpida del autor del blog.
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Crece la hierba en el primer cajón
de la estación de primavera.
Hoy nos esperan besos a traición
y ruido de ventanas abiertas.
Ardió una estrella entre nosotros dos
que no me deja estar tan cerca.
Si subes la escalera de color
préstame pintura de guerra.