sábado, 20 de septiembre de 2014

Más grande que la vida




Ayer fui al cine y se detuvo el tiempo. Se detuvo de una manera extraña, porque en ese instante que quedó atrapado en la sala oscura transcurrieron años, edades, generaciones enteras en un simple parpadeo de ojos. Boyhood era la película, 165 minutos que son 12 años, el tránsito de la infancia a la adolescencia y después a la madurez. El simple proyecto ya era suficientemente poderoso: rodar la vida de un niño entre los seis-siete y los diecinueve años sin artificio alguno, sin prisa, solo él, su entorno cambiante, su propio crecimiento y sus constantes, sus raíces. Pero no queda ahí. Ante una interpretación tan carismática del papel de una vida entera que no es la suya, adquiere más valor si cabe el acierto de Richard Linklater al elegir, cuando apenas tenía cinco años, a Ellar Coltrane. La cantidad de cosas que podían haberse torcido a lo largo de doce años de rodaje (a semana por año) no hace sino resaltar el mérito del director y el compromiso de los actores. Al menos cuatro de ellos han estado presentes en todo el desarrollo de la película, Mason, el protagonista, su hermana y sus padres (Ethan Hawke y  Patricia Arquette). Cuatro fragmentos de cuatro vidas, cuatro evoluciones sentimentales y afectivas, cuatro viajes verticales hacia el descubrimiento de uno mismo. Y luego las circunstancias, personajes que entran y salen de la vida del protagonista (algún secundario menor puede que participara en el rodaje durante cuatro o cinco años).
Es imposible no sentirse identificado no ya con los personajes, sino con una película que bucea en los atributos del ser humano como ninguna otra lo ha hecho antes, en tiempo real. Los que nacimos en los primeros noventa tenemos la  pequeña ventaja de estar generacionalmente muy cerca de Mason, apenas dos o tres años menor. Recuerdos de canciones, de videojuegos, de campañas electorales, nuestro pasado común en una película. Mientras nosotros hemos crecido también han crecido, y al mismo ritmo, Mason y Ellar Coltrane, que son solo uno.
Una pequeña intrahistoria personal: hace ocho o nueve años, cuando yo tenía unos catorce, mi profesor de guitarra me trajo, de un viaje a Texas, una púa y un llavero de un local de Austin (una de las localizaciones de Boyhood) llamado Antone's. Sin tener ni idea de ningún dato más sobre el local la púa ha pasado todos estos años en mi llavero, en el interior de mis bolsillos, desapercibida entre las llaves de mi casa. Viendo la película, en la escena del ensayo de una banda en un local de Austin, apareció en un curioso truco del destino el luminoso de Antone's, a donde Mason y su padre acuden para ver un concierto de un amigo. La púa escarlata que desde hace nueve años llevo en el bolsillo adquirió un significado que nunca pude imaginar que tendría. En fin, pequeños equívocos sin importancia.
Y luego está la música. Sería injusto (y falso) decir que es lo mejor de la película, pero vaya banda sonora, la banda sonora de una vida. Suenan y se referencian muchos clásicos de la mano del papel de Ethan Hawke, que en la película demuestra ser también un magnífico intérprete musical, pero el mayor tesoro se encuentra en el empleo de la música como línea cronológica, como marcapáginas de lo que llevamos de milenio. En los títulos de entrada suena Yellow, la mejor canción de Coldplay (año 2000), y durante el viaje vamos pasando por canciones que sonaban en nuestra niñez (Blink 182, Britney Spears), vanguardias y clasicismos de mitad de década (Beyond the horizon de Bob Dylan; cumbre la escena en que el padre le explica a Mason, sobre los acordes de la canción, el significado de Hate it here de Wilco) y llegamos a canciones y bandas de la actualidad (Black Keys, Arcade Fire, Vampire Weekend). Incluso en los títulos de crédito hay una última genialidad cuando suena Summer Noon, single del disco de Jeff Tweedy en solitario que ni siquiera ha sido publicado aún, un juego temporal que nos introduce en un futuro que está por llegar. El pasado en el presente, el presente inexistente y la incursión en el futuro, un viaje eterno. La historia más grande jamás contada, la de la vida. Eso es Boyhood.


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I try to stay busy
I do the dishes, I mow the lawn
I try to keep myself occupied
Even though I know you're not coming home


I try to keep the house nice and neat
I make my bed, I change the sheets
I even learned how to use the washing machine
Keeping things clean doesn't change anything


I hate it, I hate it here
When you're gone


miércoles, 3 de septiembre de 2014

The summer wind



No sé muy bien cómo empezar este post, ni tampoco cómo acabará. De hecho no estoy muy seguro de lo que quiero decir, ni siquiera si hay algo que quiera decir. Ando con la cabeza un poco perdida últimamente, discúlpenme, y un blog tiene algo de vía de escape, algo de barra de bar en la que el simple hecho de tomarte un par de cañas ya te reconforta, contándole tus desvaríos al camarero. Estamos en septiembre, y lo que suena es Big Star.


Desvarío 1 - Primera caña. En algún sitio leí que el power pop (Género de música popular que se inspira en el pop y el rock británico y americano de la década de 1960. Típicamente incluye una combinación de dispositivos musicales como melodías fuertes, voces claras y armonías vocales nítidas, arreglos económicos y riffs de guitarra prominentes; Wikipedia says) es la banda sonora del fin del verano y del comienzo (¡una vez más!) del viaje circular, del momento de rebobinar la casette. No creo que esta afirmación tenga ningún tipo de base científica más allá de que el principal himno de este género se llama September Gurls, pero es cierto que en unos días, cada vez más cortos, en que la nostalgia se confunde con la incertidumbre de los planes a medio hacer para el nuevo curso, las "melodías fuertes y armonías vocales nítidas" de Big Star o Teenage Fanclub se identifican con ese estado de transición en que uno conserva todavía el moreno en la piel pero el alma se prepara ya para el otoño. Quizá porque son canciones alegres y potentes que recuerdan las noches de veranos pasados, pero con matices melancólicos, gotas de saudade en las voces y en los solos. Un buen ejemplo en el 1:56 del siguiente tema, es un silencio de apenas una décima de segundo a mitad del solo a dos guitarras, un instante para coger aire, una especie de respiro en pleno septiembre, alegre y triste a la vez, profundamente nostálgico (aunque para escucharlo en todo su contexto pónganlo al menos desde el 1:27 hasta el 2:07, si es que la canción entera es mucho pedir).


Desvarío 2 - Primer doble, que una caña es poco. Hace miles de años escribí un post llamado Canciones Paralelas. El otro día me acordé porque, después de una agradable conversación nocturna en Twitter sobre cuáles son las mejores canciones de Quique González, estuve escuchando en bucle (un bucle largo de los de antaño) Suave es la noche, canción con título de novela de la Generación Perdida que mi interlocutora y yo coincidimos en situar en el Top 3 del madrileño. Y entonces lo vi, Suave es la noche es la Atlantic City de Quique González, como Atlantic City es la Suave es la noche de Springteen. Y son canciones paralelas porque son dos temas acústicos instrumentados de forma muy parecida (un par de guitarras y mandolina), ambas melodías juegan con la misma cadencia sobre los acordes de La menor y Fa, y al margen de tecnicismos se encuentran en dos discos acústicos (Kamikazes Enamorados y Nebraska) que representan la misma transición en los dos artistas, y en directo suenan ambas potentes y desgarradoras con las guitarras enchufadas. Porque son de las mejores canciones de dos de mis músicos preferidos. Porque siendo dos temas sencillos y acústicos son la definición del rock and roll.



Desvarío 3 - Segundo doble. Nos quedan los conciertos, que ya es suficiente, y no nos deben faltar. Entradas para Extremoduro en un par de semanas en Las Ventas; camiseta negra y minis en las tascas de la calle Roma. Entradas también para Quique González + José Ignacio Lapido avanzado noviembre; camiseta blanca y gin tonics. Y nos quedan los discos que están por salir: Neil Young, Jeff Tweedy y Lucinda Williams.




Desvarío 4 - Copa de Ribeiro. El otro día vi en Clamores con Jordi a mi maestro en esto del rock, el gran Paco LeGoffic (7 años en la escuela, casi nada), acompañando a una banda de funk. Jordi y yo cerramos proyectos, de los buenos. Pero eso es secreto todavía.




Desvarío 5 - Copa de Oporto. Se ha ido Xabi Alonso. Nuestro 14, el dorsal de los dioses. Contaba Quique González que cuando se fue Redondo se plantó una mañana en el Bernabéu con su camiseta a protestar por su marcha, y que dejó la camiseta allí. En un primer momento pensé en hacer algo parecido, pero entonces leí el "Rock and Roll en el fútbol y en la vida" de Jabois en El Mundo y el "Xabi Alonso" de Gistau en el ABC y abandoné tan estúpida resolución. Y es que cómo no le vamos a querer.




Desvarío 6 - Chupito de tequila. He acabado hablando de Quique González en solo 3 de los 5 anteriores desvaríos. Me estoy reformando, la medicación funciona.




Desvarío 7 - Gin tonic (nada de bayas, hierbas ni flores; Beefeater, Schweppes, tres hielos y, si eso, una tira de limón). Y he acabado convirtiendo estas líneas, una vez más, en el post estándar de este blog, a falta de que les hable de los  libros que he leído últimamente. Pues para no hacer el feo recomendaré los mejores que han pasado por mis manos estos dos últimos meses estivales:

- Que empiece la fiesta, de Niccoló Ammaniti. Cuentan que es el libro que inspiró las escenas de las excéntricas fiestas que se celebran en La Gran Belleza, en las que se retrata la decadente alta sociedad romana. Novela divertidísima donde las haya.

- La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, de Antonio Tabucchi. Imprescindible para quien le haya gustado Sostiene Pereira. Una interesante trama policíaca, algo más cruda y no tan idílica como Sostiene pero igualmente recomendable. También leí un libro de cuentos de Tabucchi llamado Pequeños equívocos sin importancia, algunos de los relatos son auténticas joyas.

- El diario del ron, de Hunter S. Thomson. La crónica del viaje hacia lo desconocido, hacia el descubrimiento de uno mismo sin siquiera planteárselo, que al protagonista (alter ego del autor) le lleva a bacanales y aventuras en Puerto Rico. Como Like a Rolling Stone hecha novela.

- El cuento de la isla desconocida, de José Saramago. Es una sensacional fábula sobre el hombre, la vida y los sueños, dudo que sea necesario dar más información. Se lee en apenas media hora, tras la cual uno es mejor persona.

Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre en Libros del KO. Es el relato sentimental de la historia del Tour de Francia brillantemente narrado por el bueno de Ander. De necesaria lectura para los que, además de con hacer el Moonwalker, soñamos con escaparnos en solitario subiendo el Tourmalet.



Sucede que, al final, todo lo que no sabes cómo va a terminar acaba contigo de la misma manera: borracho. Salud, amigos.


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The summer wind came blowin' in from across the sea
It lingered there, to touch your hair and walk with me
All summer long we sang a song and then we strolled that golden sand
Two sweethearts and the summer wind

Like painted kites, those days and nights they went flyin' by
The world was new beneath a blue umbrella sky
Then softer than a piper man, one day it called to you
I lost you, I lost you to the summer wind

The autumn wind, and the winter winds they have come and gone
And still the days, those lonely days, they go on and on
And guess who sighs his lullabies through nights that never end
My fickle friend, the summer wind