domingo, 23 de noviembre de 2014

Dos no es igual que uno más uno

Foto de Roberto Pérez Lavín

Ayer en La Riviera lo comprobé. Hay una banda, la que forman Quique González, José  Ignacio Lapido y un puñado de músicos habituales de ambos que es, probablemente, la mejor que existe en este país. Los dos músicos han descubierto la fórmula secreta del noble arte de actuar en directo, meter en una coctelera el talento y el repertorio de los dos y ejecutarlo con una súperbanda que de tan rockera hace que tiemblen los cimientos de la música española. Es apostar todo el dinero a todos los números de la ruleta, fallar es imposible.

Dos músicos introvertidos, Quique y Lapido, han encontrado la manera de estar totalmente a gusto en el escenario y han moldeado un hábitat en que el "cantautor de rock" y el "poeta eléctrico" se sienten absolutamente pletóricos. Con los dos pilotando la nave descargan cierta responsabilidad, ganando en soltura y comodidad como intérpretes, y el formato elegido para esta gira, con intercambio mutuo de estrofas en los temas ajenos, nos regala la experiencia de revisitar las canciones de nuestra vida en la versión de otro de nuestros ídolos. Porque son nuestros ídolos, y eso es algo muy exclusivo de una comunidad de melómanos, aficionados al rock y al sonido guitarrero, que en la música buscan a partes iguales emoción, honestidad, actitud y belleza. En ese terreno nadie supera a Quique y Lapido, por eso esta gira es un regalo para esta comunidad y para los propios artistas, de los que es difícil de decir cuál es el aprendiz y cuál el maestro del otro. Con un repertorio para los más fieles, con pocas concesiones a la evidencia, Quique y Lapido soltaron a los perros a base de energía y emoción. Cuando un músico disfruta sobre las tablas se transmite la magia al público y se produce una comunión mística y trascendental. Esto fue una constante en el concierto de ayer, del que es imposible destacar un momento cumbre porque el nivel no descendió ni un instante. Por dejar una simple muestra, El carrusel abandonado y Ladridos del perro mágico en boca de Quique González o Clase media y La luna debajo del brazo en la de Lapido son experiencias musicales y emocionales de primera magnitud, inolvidables para los que nos gusta esto.

Foto de Jorge Lucas

La formación combina en la proporción exacta del rock canónico la solidez de la guitarra de Pepo López, el virtuosismo de la de Víctor Sánchez, la firmeza de la sección rítmica de Ricky Falkner y Edu Olmedo, la melodía precisa de Raúl Bernal a los teclados y el papel liberado de Quique y Lapido a las voces y a las guitarras. Nunca las canciones de madrileño y granadino habían sonado tan bien. Y esto me lleva a un pensamiento que seguro que tuvieron los centenares de asistentes al concierto y los propios protagonistas, el resultado es demasiado bueno como para acabarse con esta gira. Todos vivimos esta conjunción de estrellas como el preludio de algo grande y esperemos que prolongado en el tiempo. No sabemos si será un disco, si más giras o si colaboraciones más profundas entre los dos, pero todos sabemos que Soltad a los perros no es el fin.

En verdad tiene esta gira mucho de ajuste de cuentas, como cuenta el gran Chema Doménech en su magnífica crónica de la velada (y con quien ajusté cuentas yo mismo charlando por fin en persona mientras sonaba Nubes en forma de pistola; gracias por tus palabras y tu magisterio, Chema). Yo también ajusté cuentas con el Salitre48 que volví a comprar, ya que mi antiguo ejemplar quedó inutilizado por el uso hace unos días. Y de alguna manera puse una muesca especial en el bastón que se lleva en este viaje vertical que es la música, ya que la primera vez (de unas quince) que vi en directo a Quique González, hace ocho años, fue también la primera vez que vi a Lapido. Ese día en el Palacio de Congresos se subió al escenario el de Granada para cantar Kid Chocolate, igual que hicieron ayer en La Riviera. En ese momento me di cuenta es que todo lo bueno vuelve y siempre acaba encajando una y otra vez, así que yo estoy tranquilo paladeando el concierto de ayer, porque sé que estos dos aún tienen cosas que decir juntos. Los ejércitos del rock no rompen filas.


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Ahí llega de vuelta el que dijo que no volvería,
estuvo sembrando amapolas en la tierra prometida.
Eso fue cuando tú y yo coleccionábamos días tristes,
tan tristes como las caricias que ya dimos por perdidas.

Los buitres acuden a picar en los restos de la historia,
los maestros enseñan a sumar mientras los niños cazan moscas
y nosotros dos empeñándonos en capturar eclipses,
en la otra esquina del mundo alguien preguntó la hora

Ahí llegan los ecos de nuestro pasado
entre los chirridos de los neumáticos
Puedo oír los ladridos del perro mágico, 
del perro mágico.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Jailbreak y el efecto Pigmalión


Hay una teoría que se explica en las clases de dirección de personas y de comportamiento organizacional llamada "efecto Pigmalión" o de la profecía que se autocumple, que consiste básicamente en la importancia de la predisposición para la materialización de resultados. Osease, que quien genera expectativas de conducta buenas o malas (Pigmalión positivo o negativo) es más susceptible de desembocar en esas conductas buenas o malas.
Esto viene a santo de la noticia del día en el mundo del rock: Phil Rudd, batería de AC/DC, ha sido detenido por planear un doble asesinato, para lo cual se pretendía servir de un sicario al que había contratado. Los fans de AC/DC que al leer la noticia no hayan evocado alguna canción de la banda como Shoot to thrill o Jailbreak no sé si son dignos portadores de ese título. Al margen de la discusión moral o legal, este asesinato frustrado no deja de ser un pequeño ejercicio de coherencia para alguien que ha acompañado a la batería los versos "Había un amigo acusado de asesinato, y el mazo del juez  cayó, el jurado le declaró culpable, le cayeron dieciséis años en el infierno". Cuando menos, una singular ironía del destino.

Coñas aparte, a cada uno que le corresponda su derecho, suum quique tribuere (como decía Miguel sobre Polanski) y todas esas cosas. La duda es si tras la forzada retirada de nuestro admirado Malcom Young (auténtico guardián de la llama del rock de los australianos), perdido por siempre en el océano de la enfermedad y la desmemoria, y el previsible ingreso de Rudd en el trullo por una temporada, puede significar esto el fin de AC/DC, con un disco nuevo a punto de salir y una gira mundial planeada. La banda ha dicho en un comunicado que ni de coña, y probablemente salgan a la carretera aunque sea con el de la boina y el del uniforme escolar, pero para qué nos vamos a engañar, si de una tacada se caen del escenario dos de los miembros que llevaban cuarenta años en el grupo, lo mismo seguro que no va a ser. La verdad es que había ganas de repetir concierto de AC/DC, vaya ciego de cerveza en el de hace cinco o  seis años en el Calderón, el único al que la edad me ha permitido ir. Confiemos por tanto en que la justicia australiana sea clemente con el más excelso batería de rock bajo su jurisdicción. O si no, por lo menos, que también se produzca el efecto Pigmalión respecto de esa otra estrofa de Jailbreak: "no voy a pasar mi vida aquí, no voy a vivir solo, no voy a picar piedras encadenado, me escapo y me piro a casa".


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There was a friend of mine on murder
And the judge's gavel fell
Jury found him guilty
Gave him sixteen years in hell
He said "I ain't spending my life here
I ain't living alone
Ain't breaking no rocks on the chain gang
I'm breakin' out and headin' home"

Gonna make a jailbreak

And I'm lookin' towards the sky
I'm gonna make a jailbreak
Oh, how I wish that I could fly

All in the name of liberty

All in the name of liberty
Got to be free